El gobierno de México —me dicen fuentes diplomáticas— será muy cuidadoso ante la orden del presidente Donald Trump para deportar de inmediato, incluso usando los cuerpos de seguridad como la Guardia Nacional y violando descaradamente los derechos humanos, al mayor número de mexicanos que viven y trabajan en la Unión Americana.
Más allá de que la 4T tenga amplias bases de apoyo a lo largo de territorio estadounidense que pudieran reaccionar con un intenso activismo en las calles de las principales ciudades del país vecino, la persecución implementada por Trump, incluso a contracorriente de sectores duros del Partido Republicano ha despertado un creciente rechazo social.
Trump quiso dar un golpe letal a la ciudad más mexicana fuera de México: Los Ángeles.

Sin decir mucho, mucha la diferencia
Es la segunda urbe con más connacionales después de la CDMX con 1 millón 200 mil mexicanos de primera generación, uno de cada tres habitantes de esa ciudad es paisano, pero su número es exponencial si sumamos a los de segunda y tercera generación.
Pero el presidente de Estados Unidos, en ese odio a todo lo que huela a México —derivado de dos malos negocios que tuvo en el pasado: la compra de unos terrenos en BC y un fallido certamen de Miss Universo, como ya hemos dado cuenta en este espacio— se topó con una masa discreta, silenciosa y trabajadora que esta vez no va a dejar pasar el agandalle.
En su cálculo, Trump embistió contra el corazón de California, estado santuario que ha protegido a millones de migrantes que con su trabajo aportan a una entidad de la Unión Americana que por sí sola es la quinta economía más poderosa del mundo y donde su fuerza laboral la integran principalmente mexicanos.
Por ejemplo, basta mirar la cadena productiva de Central Valley, uno de los graneros más importantes de Estados Unidos, donde al menos 60% de los jornaleros son mexicanos o de origen mexicano. Se trata de personas que se levantan antes del amanecer, trabajan bajo el sol, sin seguridad laboral, sin acceso digno a salud y, muchas veces, bajo amenaza de deportación.
Esos trabajadores no solo alimentan a Estados Unidos, sino que también permiten que los productos agrícolas estadounidenses lleguen a mercados internacionales, manteniendo el equilibrio comercial. El trabajo de los migrantes no se limita al campo, están en la construcción, servicios, transporte, manufactura y cuidado de personas.
Y si sólo en Los Ángeles uno de cada tres es mexicano, de acuerdo con Public Policy Institute of California (PPIC) en todo California el 51% son jóvenes latinos menores de 24 años, mientras que el 53% de los adultos mayores de 65 años son blancos: la tendencia es muy clara y la razón del ataque trumpista también.
Nos adelantan que el gobierno mexicano espera ataques similares en Texas, Arizona, Illinois y Nueva York contra núcleos donde se concentran los connacionales con situación migratoria irregular, pero que ahí mismo se organizan redes de defensa en el que los consulados se han convertido en oficinas estratégicas.
Y sí, los recientes disturbios en Los Ángeles ponen de nuevo en primer plano una de las grandes paradojas de la vida pública en Estados Unidos:
Mientras una parte de la sociedad estigmatiza a los migrantes, especialmente a los mexicanos, otra —más silenciosa— se beneficia de su trabajo, su disciplina y su aporte económico, pero hoy ha surgido una tercera parte que es la que los defiende y está dispuesta a salir a la calle a mantener viva la lucha por los derechos civiles.
La tensión en las calles californianas, catalizada por denuncias de abusos policiales, desigualdad y racismo estructural, es también un reflejo de una sociedad fomentada por el presidente Trump que no quiere reconciliar su identidad multicultural con la justicia y la inclusión que presume defender.
México rechaza la violencia, los líderes de la comunidad mexicana en Los Ángeles han rechazado la violencia, los sectores políticos mexicanos rechazan la violencia y la comunidad mexicana en Estados Unidos rechaza la violencia, pero también —y no es justificación— hay sectores latinos históricamente mancillados que gritan un “YA BASTA”.
Es en estos momentos de crisis cuando la política y los líderes deben tener la claridad de mirar más allá del caos y reconocer las raíces profundas de los conflictos: la marginación sistemática, la discriminación y la invisibilización de millones de personas que sostienen con su trabajo el estilo de vida americano.
Es sintomático que, mientras las calles de Los Ángeles arden por el reclamo de justicia, en Washington se sigan trabando reformas migratorias integrales que lleven años en espera, al menos desde 1986 cuando se trató de empujar con seriedad una reforma migratoria para regularizar a los migrantes sin documentos.
No es una cuestión de seguridad, es de voluntad y Trump no la tiene.
Las protestas en Los Ángeles —aunque lamentables en su expresión violenta— son sólo una probada de lo que está dispuesta a hacer aquella masa que llaman “El gigante dormido” ante el estigma y la criminalización de un hombre que descarga su frustración en contra de los mexicanos en Estados Unidos… Trump lo está despertando.
RADAR
Pues ya están prácticamente listos los resultados de la elección de los nuevos integrantes del Poder Judicial. Ahora sólo falta que tomen posesión y cumplan con los compromisos que hicieron para lograr el apoyo de las bases de partidos políticos, líderes de colonias y ejidos. Según el cargo son los compromisos. La catástrofe se verá al tiempo.
