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@barocarl
Leo el poema “Danza” de Jaime Torres Bodet: “Llama / que por morir más pronto se levanta, / flotas entre las brasas de la danza. / Y te arranca de ti /al principiar, un salto tan esbelto / que el sitio en que bailabas /se queda sin atmósfera. /Así el pedazo negro de la noche / en que pasó un lucero. / Pero de pronto vuelves / del torbellino de las formas /a la inmovilidad que te acechaba /y ocupas, /como un vestido exacto, /el hueco /de tu propia figura” / [...]/ La brisa /te peina el ondulante movimiento /y, a cada nueva línea /que las flautas dibujaban en la música, /obedece una línea de tu cuerpo. / ¡No resonéis ahora, /címbalos, que la danza es como el sueño!”.

Góbers felices en el sorteo
Bailar al borde. Bailar bajo la cadencia de una música en destellos. Bailar el sueño de la danza. “Para los que llegan a las fiestas /ávidos de tiernas compañías, /y encuentran parejas impenetrables / y hermosas muchachas solas que dan miedo / --pues uno no sabe bailar, y es triste”: dice Bonifaz Nuño en un poema melancólico de deseos frustrados. Pessoa lo dijo: “Todas las cartas de amor son / ridículas. / No serían cartas de amor si no fueran / ridículas”.
Entro a los parajes de Gonzalo Rojas mientras bailo frente al espejo: “Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil /que come cuatro veces al día como un puerco, /que me tutea y me deprime /con su palabra ufana, /testimonio evidente de esta parte de mí/que se muere al nacer, como una nube”. Llego al éxtasis: leo la novela Bailar al borde del abismo. Fui feliz varios minutos en mi vida: confieso con altanero y rebosado júbilo que yo bailé con Edith González.

Brillante liviandad y una alegría: veo a Edith González sobre los azules flotando, meciéndose sobre la ascensión de la cadencia: se entrega con deseo al ritmo del arrobo: sonríe como una adolescente en el interior del ámbar que la sostiene en el armónico del estribillo. // Bailé muchas veces con Edith en Mama Rumba y en El Rincón Cubano, en el Salon 21 y en el Bar León, en el Salón Los Ángeles. // Tengo en mis manos las humedades de sus caderas gozosas y hambrientas. Bailaba Edith ebria, acosada por el cáliz tempestuoso de su gracia. Danzando con ella, unas voces en llama me entregaban el aliento de un ángel que atravesaba el aire: venía hacía mí fulgurando: era un cisne de viento y travesura.
Ave de complicidad en ese vicio que es bailar y adueñarse de los ojos de la noche. / Tomábamos agua y seguíamos en aquel goce que solamente ella y yo entendíamos. Venían los intrusos y le pedían fotos: “Cuando termine la pieza”, decía, y se refugiaba en mi pecho. / Mi amiga Edith fugitiva, huyendo de las ofrendas. / Ella sólo quería tejer la ceremonia: sólo saber de las medidas de dos corazones que trenzan los equilibrios, el retumbo de esa lluvia inaplazable. / Zapatear en el vértigo de Edith. Entrar en el vaivén: Compay Segundo entonando “Chan Chan” y Los Van Van en el arrebatado songo de “El Negro está cocinando”. Porque bailar con Edith era untarse de la inocente pasión de dos cuerpos verdecidos por los bordones. // La veo hundirse en las simas y extenderme las manos en ese instante único cuando me decía: “¿Bailamos, negrito?”. Los ecos se deshojan: Edith, la danzante imperiosa.

Ficha
Bailar al borde del abismo
Autor: Grégoire Delacourt
Género: Novela
Editorial: Maeva

