Más de 20 agentes del Mossad cruzan la frontera e ingresan en pleno territorio enemigo. A veces rescatan el cuerpo de un rehén asesinado; otras, intervienen el sistema de seguridad de un país soberano; en ocasiones, ofrecen salvoconductos a perseguidos políticos. Nadie muere del lado israelí. Nadie sabe sus nombres. No habrá medallas visibles. Nadie les preguntará si tienen pesadillas.
Ese es el día a día de los agentes de inteligencia: pueden ser de la CIA estadounidense, de la FSB rusa, de la DGSE francesa o del propio Mossad israelí. Todos ellos comparten el trabajo en la sombra, el uso de información clasificada y la ejecución de operaciones imposibles de reconocer públicamente.
Es difícil ser un agente secreto. No sólo por el riesgo físico, el desarraigo o la incertidumbre constante, sino por la paradoja moral: cada día deben actuar en nombre de un bien mayor mientras habitan el disfraz, la mentira, el silencio. Al final de cada misión —si sobreviven— serán héroes sin reconocimiento, instrumentos sin voz.

Duarte queda preso
La figura del agente secreto nos incomoda porque rompe la promesa de autenticidad. Nos gusta creer que sabemos quiénes son nuestros compañeros de oficina, a qué se dedican los padres de los amigos de nuestros hijos, y que nuestras parejas son quienes dicen ser. Pero no siempre es así. Un agente secreto es alguien que finge ser otro, que vive dividido, porque cree en razones morales más grandes que su individualidad. Es alguien que sufre por otros, que arriesga todo sin pedir nada, que encarna —en silencio— la fragilidad de una ética trágica.
Pienso en esto a raíz de la Operación Narnia, encabezada por el Mossad el pasado 13 de junio. En un sólo día, la agencia logró eliminar a 14 científicos nucleares y más de 30 altos mandos de las fuerzas armadas iraníes. No hubo fallas. ¿Cómo se consigue semejante precisión?
Primero, dos años antes, lograron infiltrar el software gubernamental iraní. Toda la información crítica —patrones de comunicación, estructuras jerárquicas, movimientos físicos— fue recopilada y analizada con precisión quirúrgica.
Segundo, aprovecharon los errores y descuidos de los objetivos: cada llamada no encriptada, cada mensaje común, cada correo electrónico fue interceptado, examinado y clasificado.
Finalmente, está la preparación. La formación en HaMidrasha, la academia del Mossad, exige inteligencia emocional elevada, dominio de idiomas, memoria excepcional y absoluto autocontrol. Sus agentes deben operar con total autonomía y soportar presiones morales extremas. Todos son expertos en krav maga, el sistema israelí de defensa personal cuerpo a cuerpo.
Así, la fórmula es simple y durísima: preparación, inteligencia, tecnología. Suena fácil. No lo es.
Al agente no se le pide sólo coraje. Se le pide desaparecer. Ser nadie. Y hacerlo con convicción. Todo ello para que los ciudadanos comunes —usted, yo— podamos darnos el lujo de vivir en libertad y autenticidad.

