La gran promesa de campaña del presidente Trump era terminar con las guerras en el mundo. Una promesa que, hasta el momento, se ha quedado corta.
En el caso del conflicto entre Rusia y Ucrania, el fracaso es evidente. Aunque nadie pensó realmente que el presidente pudiera resolver el conflicto en 24 horas, como prometió, las negociaciones, a más de año y medio de iniciado su mandato, están estancadas. Su política de apaciguamiento y acercamiento a Putin —que tenía como objetivo forzar a los ucranianos a hacer concesiones y forzarlos a un acuerdo— no ha dado frutos.
A Trump le gustan los procesos cortos, las victorias rápidas, esas que se convierten en espectáculo televisivo; pero ese no es el juego que está jugando Putin. El mandatario ruso tiene una estrategia de largo plazo para lograr la victoria. Sabe que, sin el apoyo de Estados Unidos, los ucranianos no podrán sostener el ritmo de la guerra, y que la maquinaria industrial y los cientos de miles de soldados que Rusia ha lanzado al frente terminarán por quebrarlos. Mientras tanto, el congelamiento de algunas sanciones y el falso proceso de negociaciones son un regalo de tiempo por parte del presidente Trump que le permite a Rusia rearmarse y reorganizarse.
Algo similar ocurre en el caso de Irán. Tras el bombardeo estadounidense a las instalaciones nucleares en Fordo, Trump declaró la victoria, anunciando que había obliterado el programa nuclear iraní. Lo cierto es que Irán aún tiene la capacidad de construir una bomba, y el régimen podría decidir que la única forma de protegerse es alcanzando un estatus nuclear. Para convertir esa victoria táctica en una victoria estratégica, Trump tendría que firmar un nuevo acuerdo nuclear en el que Irán se comprometa a limitar su programa. Si lo logra, entonces sí podríamos hablar de una victoria, primero por la fuerza y luego por la diplomacia. Si no, será una más de sus supuestas victorias que no consiguen más que titulares en la prensa.
La verdadera prueba de Trump, sin embargo, está en Gaza. Quiere concluir con esta guerra, y el fin del conflicto es esencial para su gran estrategia regional: la incorporación de nuevos países a los Acuerdos de Abraham con Israel —en particular Arabia Saudita, e incluso fantasea con Siria. Al parecer, Netanyahu está sucumbiendo a la presión, y probablemente en los próximos días veremos un acuerdo de cese al fuego. La verdadera pregunta es si Netanyahu está dispuesto no sólo a un cese al fuego, sino al fin de la guerra, lo que supondría una crisis en su coalición y la pérdida del apoyo de la ultraderecha. Trump se ha encargado de enaltecer el liderazgo de Netanyahu e incluso ha pedido el fin de su juicio por corrupción, tratando de darle el capital político que necesita con la derecha israelí. Se dice que Trump quiere, a toda costa, el Premio Nobel de la paz, que se anunciará en diciembre, y por ello busca un proceso de paz rápido, una victoria clara. Puede que esta obsesión con conseguir las cosas de inmediato sea, precisamente, el mayor obstáculo del presidente para lograr la paz.