APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Iconocracia en la Ciudad de México

Alcaldía Cuauhtémoc retiró esculturas de Castro y Guevara. Foto: Cuartoscuro

Al crítico cubano Iván de la Nuez se debe el término “iconocracia” para designar la reducción de las ideologías a íconos de la política o la cultura. Ese fenómeno, que De la Nuez ve reforzado en la era digital del siglo XXI, ha hecho presencia en nuestra ciudad con la reyerta por las estatuas de bronce de Fidel Castro y el Che Guevara en la Colonia Tabacalera. Habría que recordar que la querella no comenzó con el retiro de las estatuas, por orden de la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega, sino con la instalación de las mismas en los primeros años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Las estatuas fueron encargadas y, suponemos, pagadas, al artista Oscar Ponzanelli, creador de las de Juan Gabriel, José Alfredo Jiménez y Armando Manzanero que vemos en la Plaza Garibaldi.

Quienes produjeron la instalación, más allá de las irregularidades que esgrime la alcaldesa, querían crear un sitio de peregrinación y culto en el lugar donde se conocieron Fidel y el Che, en 1955, durante sus respectivos exilios en esta ciudad. En los últimos años hemos visto a varios políticos de Morena y la 4T retratarse con las dos efigies.

En ese jardín de la Tabacalera ya existía un busto del Che Guevara, que se instaló en 1997, cuando se cumplieron treinta años de la ejecución del guerrillero en Bolivia. Morena buscó reforzar el sitio de culto agregando a Fidel Castro, en una operación simbólica que, muy a tono con la historia oficial cubana, busca encubrir las puntuales diferencias entre ambos.

Quienes aparecen sentados en esa banca de la Tabacalera son caricaturas de Fidel y el Che, en sus momentos apoteósicos. No son los jóvenes bien afeitados y bien vestidos, de clase media, que se conocieron en la casa María Antonia en 1955. Son el Comandante en Jefe con su tabaco en mano —Fidel dejó de fumar en los años 80— y el Guerrillero Heroico con su pipa del Congo y Bolivia.

La iconocracia es un fenómeno que opera al nivel superficial de los símbolos y los afectos y simplifica brutalmente el pasado. El lugar de culto creado en la Tabacalera ha servido para que la izquierda hegemónica mexicana reproduzca una visión mitológica y falseada de la historia de la Revolución cubana y sus conflictos, incluido el conflicto de la salida del Che de Cuba en 1965.

Los diseñadores del santuario, seguramente muy cercanos al llamado “Movimiento de Solidaridad con Cuba”, que controla la embajada de la isla, no buscaban contribuir a la memoria histórica de aquel importante encuentro, en el México de Ruiz Cortines, sino reforzar una artificial conexión entre los regímenes políticos de ambos países.

Las diferencias entre uno y otro son evidentes: el mexicano es pluripartidista, con economía de mercado y creciente integración a Estados Unidos. En Cuba, en cambio, persiste un partido comunista único, ideología marxista-leninista, economía planificada y renovado diferendo con Estados Unidos. El culto a Fidel y al Che facilita esa conexión inverosímil.

La iconocracia sirve también para mantener el nexo bilateral secuestrado por la idea paternalista de la diplomacia de la “solidaridad”. En ese discurso Cuba siempre es una víctima del imperio a la que hay que ayudar, no un país donde comerciar, invertir o intercambiar bienes y servicios.

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