Caprichos desde el poder han existido desde la cosmovisión y teología azteca, a los excesos de virreyes y hacendados de la Colonia. Tras la revolución, los políticos impusieron las playas del futuro, las ciudades satélites donde la modernidad aterrizaría, los trazados de vialidades primarias que esquivan una casa presidencial o tratados comerciales que nos aventaban al primer mundo.
Luego la realidad de tanto en tanto confronta de feas maneras. Con oasis abandonados en litorales que no “esponjaron” por falta de vías de comunicación o por la necedad del subsuelo que obligó a construir diez veces la misma asoleada autopista.
O suburbios transformados en fraccionamientos dormitorio. Levantamientos indígenas armados que hundieron en lodo y sangre la ilusión de abandonar para siempre el subdesarrollo endémico.
Los que no son como quienes los criaron, los diferentes, acaso mejores, se parecen harto a sus mecenas políticos e ideológicos. Poner o quitar estatuas, entender la historia a modo e imponerla en textos gratuitos de educación pública, son mañas que gozan de cabal salud.
Así Andrés Manuel López Obrador decidió en consulta popular espuria cancelar un proyecto de aeropuerto internacional en el Valle de México, plagado, dijo, de corruptelas.
No es que los que impulsaron aquel proyecto no hubiesen dado razones para sospechar de su probidad, pero el caso es que el expresidente de la honestidad valiente nada probó sobre las certezas que lo llevaron a hundir la prometedora terminal aérea en lo que alguna vez fue, lago y vaso regulador de la capital nacional.
Antes de tomar el poder en 2018, AMLO acabó con el proyecto de Texcoco. Ya instalado en Palacio Nacional impuso, con la diestra y la siniestra, la conversión de la vetusta base militar de Santa Lucía en el nuevo Aeropuerto Internacional General Felipe Ángeles (AIFA) que, junto con la terminal de Toluca y el desvencijado Aeropuerto Benito Juárez, conformarían un sistema eficiente para el transporte vía aire de personas y mercancías en el centro del país.
Un sexenio después, el AIFA es un bonito aeropuerto lejos de infraestructuras vitales para ser un nodo aéreo. Los circuitos viales, puentes y trenes no están listos. Los tiempos de la obra no corresponden a los discursos, videos y arengas populistas.
El viejo aeropuerto se hunde, para incomodidad de los millones que lo usan por la razón que sea, sus edificios y complejos están en obra permanente, se inventan pisos, salas y pasillos. Laberinto entre tiendas y avisos de molestias presentes y mejoras futuras, el AICM hace lo que el nuevo AIFA no es capaz.
El capricho 4T decretó —acción favorita de la necedad— mover el transporte aéreo de carga al AIFA. Sin más. Ahora Estados Unidos tiene a mano más sanciones y restricciones —cada uno sus favoritos— para impedir que vuelos desde México operen allá.
Tarde o temprano cada decisión emanada de la soberbia paga su penitencia, su arancel. Y así el proyecto AIFA continúa su breve historia llena de turbulencias, demoras y cancelaciones.