ACORDES INTERNACIONALES

“Big, Beautiful Bill”: las estaciones desafinadas del clima

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Si Antonio Vivaldi compusiera hoy Las cuatro estaciones, tal vez tendría que afinarlas en otra tonalidad. El invierno llegaría tarde o no llegaría en absoluto; el verano sería más largo, más ardiente, más furioso.

La primavera no tendría flores, sino incendios; el otoño, en lugar de hojas secas, traería huracanes. El violín barroco, que solía imitar la armonía cíclica de la naturaleza, ahora tendría que incorporar disonancias, silencios abruptos, estallidos impredecibles. No hay partitura para este nuevo clima. Pero sí hay decisiones políticas —y económicas— que pueden afinar o desafinar aún más el futuro. En Estados Unidos, la reforma ambiental impulsada por Trump y resistida por los demócratas es uno de esos momentos de composición colectiva: ¿seguiremos tocando la misma melodía, sólo que más rápido, o nos atrevemos a cambiar el compás?

Esa nueva melodía climática no es sólo una metáfora: se compone con leyes, decretos y presupuestos. En Estados Unidos, el llamado “Big, Beautiful Bill” —celebrado por algunos como una gran apuesta por la seguridad energética— representa, en realidad, una partitura desafinada. Bajo promesas de crecimiento y autonomía, la ley reescribe los principios ambientales que por décadas buscaron contener los excesos del extractivismo. Lo que se presenta como modernización es, en muchos de sus apartados, un retroceso cuidadosamente orquestado. Veamos por qué.

Uno de los puntos más polémicos del proyecto de ley es la aceleración de obras vinculadas a combustibles fósiles. Al debilitar significativamente los mecanismos de evaluación establecidos por la Ley Nacional de Política Ambiental (NEPA), la reforma facilita la aprobación exprés de oleoductos, terminales de gas natural y refinerías, muchas veces sin una revisión ambiental rigurosa. Las salvaguardas que antes buscaban proteger ecosistemas, aire limpio y comunidades vulnerables son ahora tratadas como obstáculos burocráticos. Diversos colectivos ecologistas han advertido que relegar la NEPA abre la puerta a una oleada de megaproyectos con alto impacto ambiental, aprobados sin consulta pública ni evaluaciones técnicas independientes.

La ley también abre vastas extensiones de tierras públicas a la tala, la minería y la perforación, bajo el argumento de impulsar la extracción de recursos nacionales y alcanzar una supuesta “independencia energética”. Conservacionistas y comunidades locales han advertido que esta estrategia amenaza ecosistemas frágiles, acelera la deforestación y pone en peligro a numerosas especies silvestres. La preocupación se agrava porque la reforma debilita disposiciones clave de la Ley de Especies en Peligro de Extinción, permitiendo a los desarrolladores avanzar en hábitats críticos sin necesidad de demostrar que no se afectará a la fauna protegida. En la práctica, esto desplaza la responsabilidad de protección a agencias gubernamentales ya sobrecargadas y a la ciudadanía.

Para empeorar el panorama, la ley apunta directamente contra los incentivos a las energías limpias, en particular los créditos fiscales para vehículos eléctricos (VE). La propuesta elimina o reduce significativamente estos estímulos, que han sido una pieza clave en la estrategia estadounidense para acelerar la transición hacia un transporte libre de combustibles fósiles. Al desmantelar estos beneficios, se corre el riesgo de frenar la adopción de los VE por parte de los consumidores y de prolongar la hegemonía de los motores de combustión interna, que siguen siendo una fuente central de emisiones contaminantes.

En lugar de escribir una nueva partitura para enfrentar la crisis climática, el “Big, Beautiful Bill” desafina desde sus primeras notas. Bajo el disfraz de la autosuficiencia energética, reedita las viejas fórmulas del extractivismo; debilita las leyes que protegían lo que aún nos queda de naturaleza y castiga las alternativas limpias que podrían marcar un rumbo distinto. En esta sinfonía disonante, los compases ya no los marca la ciencia ni la urgencia ambiental, sino los intereses que siguen viendo en la destrucción del planeta una oportunidad de negocio. Vivaldi no reconocería estas estaciones. Pero nosotros sí: son las nuestras, y aún podemos elegir si las dejamos arder o afinamos, al fin, otra melodía.

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