Manuel Alberto Valenzuela salió de su casa en Tetabiate, Sonora, a mediados de 2009, cuatro años después su familia lo dio por muerto. Pero en 2024 apareció en Cardel, Veracruz, a 2 mil kilómetros de distancia, sin hogar, sin familia y sobreviviendo en la calle.

En medio de la crisis forense y de desaparición de personas que enfrenta México -estimada por la ONU en más de 125 mil- la historia de Manuel refleja que la empatía de un puñado de personas y el involucramiento de la sociedad bastó para encontrar al que no estaba… pero éste es solo un caso entre miles.
Tetabiate es un pequeño pueblo de apenas 600 personas, pertenece al municipio de San Ignacio Río Muerto y de acuerdo con el INEGI 75% es hablante de yaqui, sólo la mitad tiene trabajo, las oportunidades son pocas y de desarrollo mucho menos. Manuel se fue de ahí y al tiempo no hubo señales de vida.

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En su andar de más de una década, llegó a Cardel, Veracruz. Vivía en condición de calle. La gente le decía el “Jack Sparrow” por su cabello largo y ensortijado, sus ropas hechas jirones y su barba larga. Ninguna autoridad lo localizó durante 16 años, no tenía nombre. Ningún sistema de búsqueda pudo seguir su rastro.
Hasta que un accidente el 11 de agosto de 2024 cambió el rumbo de su historia: una motocicleta lo arrolló y le rompió la pierna derecha; el personal del Hospital General de Cardel, sin saberlo, se encontró con un hombre al que la indolencia de la burocracia había borrado y le volvió a dar su nombre.

“Se levantó la ficha de búsqueda en Xalapa en lo que fue el departamento de búsqueda a personas, se hizo la ficha, nosotros la boletinamos para ver si se podía encontrar a la familia, pero pues finalmente no”, recuerda Fabiola Santamaría Hernández, trabajadora social del turno vespertino.
Todo el personal médico del Hospital de Cardel se involucró en la atención y cuidados de quien, hasta ese momento permanecía internado en calidad de desconocido, como refirió la encargada de Trabajo Social Noemí Valdivia Estrella.
Trabajadoras sociales, pasantes de enfermería, camilleros, médicos… todos hicieron en lo individual algo que el Estado mexicano en su conjunto, con sus oficinas, comisiones y presupuestos, no había logrado en más de una década: devolverle su identidad y su familia a Manuel.

Lo que cambió el destino de Manuel Alberto no fue un protocolo, sino la empatía. Una cadena de decisiones pequeñas —bañarlo, cortarle el cabello, rasurarlo, hacerle compañía… tratarlo con respeto— terminó por reconstruir su historia.
Esas acciones no cuestan millones ni requieren reformas constitucionales. Requieren, eso sí, de algo que no siempre abunda en las instituciones: voluntad y compromiso humano.
Una trabajadora social que no se dio por vencida, el camillero que escuchó un dato y lo investigó… todos actuaron desde la humanidad, no desde la política pública.
Era diciembre cuando por fin soltó una pista al camillero, luego de cuatro meses de estar internado y de oponerse con furia a la posibilidad de que fuera operado de su pierna, una trabajadora social investigó y dio con la hermana de Manuel, sí, a 2 mil kilómetros de distancia y él volvió a casa.

Lo de Manuel Alberto es un caso afortunado, pero no es un triunfo del sistema institucional de búsqueda de personas. Es, de hecho, la prueba de su fragilidad.
Hoy, en Tetabiate, Sonora, Manuel Alberto se recupera junto a los suyos.
Su regreso es motivo de alegría, pero también una acusación silenciosa contra un país que no logra encontrar a los que busca. La suya es la historia de los que regresan. La deuda sigue siendo con los que no.
Las desapariciones no son un fenómeno aislado: están atravesadas por otros males que México no ha resuelto. La violencia criminal, la corrupción institucional, la impunidad que ronda el 98% en delitos graves, la pobreza que empuja a miles a vivir en las calles… todos son factores que se entrelazan.
Pero la historia de Manuel Alberto, en ese sentido, también habla de otro México: el de las personas invisibles. Durante años, vivió en situación de calle sin que ninguna autoridad se interesara por su paradero.
La política pública para atender a esta población es casi inexistente, y su vulnerabilidad es terreno fértil para que los reclute el crimen organizado, y cuando están fundidos por el consumo de drogas son asesinados o echados a las calles, o terminen en la estadística de desaparecidos sin que nadie lo advierta.
Esta historia que hoy publico en este espacio la investigó y reconstruyó bajo mi dirección un equipo de periodistas que dirigí hace unos meses en la oficina de Comunicación Social de la Secretaría de Salud de Veracruz, integrado por Paul Contreras, Jorge Serratos, Nancy Escobar y Abrahan Aular, la familia de Manuel autorizó su difusión y exposición de su rostro… se puede consultar en el siguiente enlace y la publico para recordar que siempre hay esperanza de encontrar a quien no está.

https://www.ssaver.gob.mx/blog/2024/12/24/lo-dieron-por-muerto-hace-12-anos/
RADAR
Veracruz, estado tan bello con gente buena y trabajadora, hundido en la indolencia y la soberbia de un puñado… una pena.

