Galileo Galilei nació en Italia en 1564. Fue un matemático, físico y astrónomo considerado el padre del método científico moderno. Entre sus aportaciones más relevantes están la mejora del telescopio, con el que observó las lunas de Júpiter, describió las fases de Venus y estudió las manchas solares, hallazgos que confirmaban la teoría heliocéntrica de Copérnico: que la Tierra giraba alrededor del Sol.
Su insistencia en divulgar estas conclusiones lo llevó a enfrentarse con la Iglesia católica, que en 1633 lo juzgó por “sospecha grave de herejía”. Obligado a retractarse públicamente, Galileo pasó sus últimos años bajo arresto domiciliario. Irónicamente, fue condenado no por equivocarse, sino por atreverse a desafiar al oficialismo de su tiempo.
Un caso similar es el que le ocurre a Carlos Treviño Medina. Su historia retrata una de las grandes paradojas de la justicia mexicana: el acusador puede convertirse en acusado, mientras que los corruptos señalados manipulan el sistema a su favor y se presentan como “inocentes víctimas de una persecución”.
Carlos Treviño cometió un error imperdonable en el México que vivimos: como integrante del Consejo de Administración de Pemex, advirtió el daño financiero que representaban las compras de Agronitrogenados y Fertinal, adquiridas a sobreprecio durante la gestión de Emilio Lozoya. Con la instrucción directa del Consejo y la venia presidencial, Treviño giró la orden de presentar la denuncia correspondiente. Esa decisión, amparada en el compromiso de su encargo, fue el inicio de su persecución. Lozoya, al regresar a México bajo un criterio de oportunidad y buscando atenuar sus responsabilidades, señaló falsamente a Treviño como beneficiario de un soborno millonario.
Ahora bien, si investigamos a fondo, podemos ver que las pruebas demuestran que el señalamiento contra Treviño carece de sustento jurídico:
Lozoya afirma que entregó cuatro millones de pesos a Treviño para cabildear la Reforma Energética. Sin embargo, en esas fechas Treviño era titular de Financiera Rural.
Lozoya aseguró que el dinero fue enviado a través de Rodrigo Arteaga, secretario particular de Treviño. Arteaga declaró bajo juramento que tal hecho nunca ocurrió.
Los recursos pagados por Odebrecht constan en la carpeta de investigación y están localizados en una cuenta a nombre de un socio del propio Lozoya, no de Treviño.
La Unidad de Inteligencia Financiera rastreó de manera minuciosa las finanzas de Treviño y concluyó que eran consistentes con sus ingresos lícitos.
Pero, lejos de detenerse allí, la persecución escaló. Treviño denunció públicamente el atropello del cual estaba siendo víctima, pero la Fiscalía nunca realizó actuaciones para revisar su caso. En cambio, el gobierno solicitó una ficha roja de Interpol en su contra. Carlos Treviño recurrió a instancias internacionales, en Francia concretamente, y obtuvo un fallo favorable que acreditó la violación de sus derechos humanos en México.
Ante la falta de justicia, se refugió en Estados Unidos solicitando asilo político. Sin embargo, el tiempo no corrió a su favor: hoy enfrenta un juicio migratorio del cual se espera que sea enviado a México.
El caso de Carlos Treviño es la muestra clara de que decir la verdad no siempre es sinónimo de justicia, porque en México, a veces la verdad se juzga y la mentira se premia.
A Galileo lo encerraron el resto de su vida por demostrar que todo el sistema estaba equivocado. A Carlos Treviño lo quieren encerrar por evidenciar y exponer a un puñado de corruptos. Tal vez la lección que quieren dar para las próximas generaciones es clara: si eres testigo de un hecho de corrupción, no lo denuncies, porque eso puede significar cárcel, exilio y linchamiento.
Reenviado
Los siglos hicieron justicia donde los tribunales no. Galileo murió como hereje confeso, pero la historia lo reivindicó como uno de los grandes pilares de la ciencia moderna.
Sus ideas transformaron para siempre nuestra visión del universo y abrieron el camino a Newton y a la física contemporánea. En 1992, más de 350 años después de su condena, el papa Juan Pablo II reconoció públicamente los errores de la Iglesia en el proceso y ofreció disculpas. El tiempo demostró que el acusado tenía razón, y que el verdadero error fue criminalizar la verdad.
Ojalá no tengan que pasar 350 años para que a Carlos Treviño le sea reconocida su inocencia.