El Gobierno anunció una histórica reducción de la pobreza en México. Según el Inegi, la pobreza multidimensional cayó de 41.9% en 2018 a 29.6% en 2024: 13.4 millones de personas salieron de esa condición. También bajó la pobreza extrema, de 7 a 5.3%. Sin embargo, al analizar la metodología, hay inconsistencias que hacen pensar que el objetivo no es erradicar la pobreza, sino anunciar el éxito sexenal.
Desde 2024, el Inegi asumió la medición oficial de la pobreza, en sustitución del desaparecido Coneval. Aunque el Inegi asegura que conservó la metodología anterior, en la práctica hubo cambios en los criterios y en la forma de aplicar la medición multidimensional. El Inegi cambió preguntas clave, como las de salud o las de servicios básicos, y no incluyó versiones comparables con las de años anteriores. Eso impide saber con certeza si el cambio en la pobreza es real o simplemente metodológico.
El indicador de acceso a servicios de salud muestra una diferencia drástica si se aplicara el criterio anterior: 44.1% de la población tendría esta carencia; con el nuevo enfoque del Inegi, la cifra baja a 34.2%. Algo similar ocurre con el acceso al agua, con el criterio del Coneval, 16.3% era considerado carente; con el nuevo criterio, sólo 3.5 por ciento.

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Además, la ENIGH —fuente base para la medición— muestra anomalías. Hubo un incremento de 22.2% en el ingreso en términos reales, impulsado por aumentos en sueldos y, sobre todo, transferencias sociales (que crecieron 158%, y las pensiones no contributivas, 585%). Pero estas cifras no cuadran con otras fuentes del propio Inegi, como la ENOE, ni con el crecimiento económico del país.
A esto se suma un punto de fondo: antes, la ley obligaba al Coneval a usar la ENIGH. Hoy, el Inegi tiene libertad para definir sus criterios. Al ya no haber un organismo autónomo como contrapeso, las dudas sobre imparcialidad se hacen más patentes.
Tampoco es casual que la pobreza extrema se haya reducido apenas 1.7 puntos, mientras la pobreza moderada bajó más de 10. En términos electorales, la estrategia es más rentable: es más barato y rápido sacar de la pobreza moderada a millones de personas que concentrarse en los más pobres. Quienes están más cerca del umbral votan, opinan y responden a estímulos de corto plazo. En cambio, la pobreza extrema exige inversión estructural, sin retorno inmediato en votos ni encuestas.
Hay que celebrar lo que sí se hizo. Aumentó el salario mínimo e instrumentaron programas sociales que ayudaron a millones de personas. Para que su impacto sea contundente, es necesaria una metodología exhaustiva, consistente y transparente.
Reducir la pobreza implica mucho más que subir transferencias directas. Implica mejorar salud, educación, vivienda, infraestructura y empleo formal. Hoy, más de 44 millones siguen sin acceso efectivo a salud, y 24 millones tienen rezago educativo.
Celebrar logros con datos débiles es arriesgado. Sin claridad metodológica, sin reglas estables y sin un órgano autónomo que evalúe con independencia, la medición de la pobreza puede volverse instrumento de propaganda. Lo que no se mide no se puede mejorar, pero si se mide mal, no se puede corregir.
