Se podría especular que lo único indispensable para la comunicación es marcar las diferencias que apuntan los seis pronombres personales (..). Si vamos más allá de la lingüística descriptiva, podemos plantear preguntas que tienen que ver con algunas características de nuestra existencia que quedan reflejadas en el lenguaje.
Los pronombres personales en español son seis: primera persona singular, (“yo”), segunda persona singular (“tú”, “vos”, “usted”), tercera persona singular (“él”, “ella”), primera persona plural (“nosotros”, “nosotras”), segunda persona plural (“vosotros”, “vosotras”, “ustedes”) y tercera persona plural (“ellos” y “ellas”).
Obsérvese que en español los pronombres pueden tener dos dimensiones: la del género, como cuando distinguimos entre “él” y “ella”, y la de respeto, como cuando distinguimos entre “tú” y “usted”. En México hemos borrado la distinción de género en la segunda persona plural, por usar “ustedes”, en vez de “vosotros” y “vosotras”. Y en varios países de la región se está borrando la distinción de respeto por dejar de usar “usted” y preferir el “tú”.

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Se podría especular que lo único indispensable para la comunicación es marcar las diferencias que apuntan los seis pronombres personales y que sus dimensiones de género y de respeto son contingentes, aspectos sociales que a veces aparecen y otras veces no. No obstante, si vamos más allá de la lingüística descriptiva, podemos plantear preguntas que tienen que ver con algunas características de nuestra existencia que quedan reflejadas en el lenguaje.
Pongamos un ejemplo, ¿por qué el pronombre de primera persona singular en español es unidimensional? ¿Por qué no hay un “yo” masculino y un “yo” femenino? ¿Por qué no hacer en ese caso una distinción de género como la tenemos con el pronombre de primera persona plural entre “nosotros” y “nosotras”?
Una respuesta es que la distinción de género en la primera persona singular es irrelevante en la conversación. No la necesitamos, por eso no existe. Podemos invocar un principio de simplicidad para la gramática que sostiene que, si podemos comunicarnos sin necesidad de distinciones gramaticales, hemos de evitarlas. ¿Para qué complicar las cosas con la distinción entre un “yo” masculino y uno femenino?
Cuando hablamos cara a cara con alguien casi siempre sabemos si se trata de un hombre o una mujer. Incluso cuando hablamos por teléfono, rara vez nos equivocamos. Adicionalmente, durante la conversación podemos saber si nuestro interlocutor es hombre o mujer por el género de los sustantivos y adjetivos que usa para hablar de sí mismo o de sí misma. De esa manera, si dice “yo soy la mejor corredora” o si afirma “yo estoy cansada” sabremos que se trata de una mujer.

Podría aducirse, además del principio de simplicidad, un principio de la igualdad. Éste no es un principio gramatical, sino, digamos, político. Lo que sostiene es que las diferencias entre las personas deben borrarse siempre que ello no afecte a la comunicación. Este principio se ha aducido en la eliminación de la distinción entre “tú” y “usted”. De igual manera, se diría que, si queremos que los hombres y las mujeres sean iguales en todo, deberíamos dejar las cosas como están y no introducir una distinción entre un “yo” masculino y uno femenino que podría favorecer la desigualdad entre los sexos.
No todos estarían de acuerdo con los razonamientos anteriores y preferirían que el pronombre de primera persona tuviera género. Esta propuesta no va en contra de ninguna regla universal de la gramática. En japonés, por ejemplo, la primera persona singular tiene versiones masculinas y femeninas.
Así como se enarbola un principio de simplicidad, se podría defender un principio opuesto de la complejidad que sostiene que, mientras más distinciones tengamos en el lenguaje, mejor podremos hablar de las complejas realidades del mundo.
De esa manera, en vez de celebrar que se borre la diferencia entre “tú” y “usted”, lo que se sostendría es que es una pérdida lamentable, porque limita el espectro de nuestra comunicación.
En el mismo tenor, se diría que añadir una diferencia de género en el pronombre de primera persona iluminaría la comunicación porque haría explícito algo que ha permanecido implícito. ¿No resultaría más enriquecedor que la voz masculina y la voz femenina quedaran mejor señaladas en el diálogo con esa dimensión genérica del pronombre de primera persona?
Por otra parte, en vez de defender el principio de la igualdad política en el lenguaje, las feministas podrían abogar por un principio opuesto de la diferencia para que la voz de las mujeres se escuche con toda claridad, sin que quede oculta detrás de un anodino pronombre neutral.

