CONTRAQUERENCIA

Estandarte anticorrupción

Eduardo Nateras<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Eduardo Nateras*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Muy lejos nos encontramos de erradicar la corrupción en nuestro país, a pesar de las innumerables ocasiones en que el tema se ha ocupado como bandera de cuanta campaña política presenciada.

Sin embargo, pocas veces adquirió tanta relevancia en el imaginario público como cuando Andrés Manuel López Obrador lo convirtió en el principal estandarte de su campaña presidencial, y que se prolongó a lo largo de toda su gestión, ya como presidente. Más aún, viniendo del sexenio de su antecesor, marcado por los casos de la Casa Blanca y la Estafa Maestra, entonces suficientemente escandalosos y que, en buena medida, justificaron el derrumbe en las urnas del otrora partido gobernante y pavimentaron el camino de la llegada al poder de quienes prometieron erradicar esas prácticas de una vez y para siempre.

No obstante, tras el cambio de administración, paulatinamente queda en evidencia que ese barrido de escaleras de arriba para abajo, ni se hizo tan bien —si acaso se hizo— ni tampoco tan desde arriba. Así lo muestra la orden de aprehensión y reciente detención en Paraguay del exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco, en donde se entremezcla corrupción con crimen organizado al más alto nivel.

A ello se suman las recientes detenciones de miembros de la Marina y de Aduanas por formar parte de una red de contrabando de combustible, hecho que ha desestabilizado a una de las instituciones más herméticas y de mayor prestigio del Estado mexicano, lo que deja entrever que el pregón de campaña y de gobierno del exmandatario no era otra cosa que palabrería y demagogia.

Si bien estos golpes en contra de la corrupción y del crimen organizado abonan a la percepción cada vez más generalizada —respaldada, sí, con acciones— de que en la actual administración se está actuando distinto en materia de seguridad pública, no hay que perder de vista, también, que las circunstancias geopolíticas actuales son muy diferentes a las enfrentadas durante la gestión anterior, y que la presión ejercida por el gobierno de Estados Unidos a sus respectivas contrapartes de este lado de la frontera —como parte de su política de combate frontal en contra de los cárteles mexicanos—, ha sido determinante para este aparente golpe de timón.

El detonante, pues, en éste y otros casos, ha tenido que venir desde el exterior. Sucedió así con la extradición exprés de ya más de media centena de capos de la droga a Estados Unidos. También ocurrió con los señalamientos por parte de un medio israelí en contra del expresidente Enrique Peña, por haber recibido sobornos durante su gestión —caso que, hasta el momento, no ha derivado en más—. Incluso sucedió con la detención de Julio César Chávez Carrasco, entre dimes y diretes de autoridades nacionales y extranjeras del porqué no se había actuado antes.

Lo que cada vez toma mayor relevancia es hasta dónde se indagará en los pecadillos pasados y en qué momento —si llega— se marcará definitivamente la línea respecto a la administración anterior. Al tiempo.

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón