La economía mundial atraviesa una fase de transformación estructural en la que el paradigma del libre comercio, predominante durante más de medio siglo, se ve cuestionado por tensiones geopolíticas, rivalidades tecnológicas y un renovado énfasis en la seguridad nacional. México, como economía abierta y altamente integrada a las cadenas globales de valor, enfrenta una coyuntura estratégica: redefinir su política comercial para preservar su competitividad externa y, simultáneamente, fortalecer su base productiva interna. Son varios los desafíos y oportunidades que enfrenta México en el marco de la transición hacia un modelo de comercio internacional más selectivo y regionalizado.
Desde los años setenta, el orden económico global se estructuró bajo los principios del neoliberalismo, que promovió la liberalización comercial y la conformación de cadenas globales de valor. Inspirado en la teoría ricardiana y en el modelo de Heckscher-Ohlin, este esquema postulaba que la especialización productiva y el libre flujo de bienes maximizarían la eficiencia a escala mundial. Sin embargo, la realidad actual muestra un desplazamiento de este paradigma: la geopolítica, más que la eficiencia, se ha convertido en el factor rector del comercio.
La rivalidad entre Estados Unidos, China y la Unión Europea revela la emergencia de un comercio estratégico, caracterizado por políticas industriales activas, proteccionismo selectivo y una creciente securitización de las cadenas de suministro. Bajo esta lógica, la apertura global cede terreno a la regionalización y a la protección de sectores considerados estratégicos.

Inversiones directas
La respuesta de México a este entorno dual se articula en dos frentes. El primero pretende fortalecer la posición de la base exportadora del país —principalmente manufacturera— en la región de América del Norte. Desafortunadamente, la agresividad de la política arancelaria de Estados Unidos impone un reto realmente complejo, ya que si bien hasta ahora las negociaciones con el gobierno norteamericano han tenido un éxito relativo —el arancel promedio se ha incrementado menos a las exportaciones mexicanas que al resto de las naciones—, la próxima renegociación del T-MEC será difícil y no es prematuro adelantar que terminará en una reducción del superávit comercial que tenemos con el vecino del norte (172 mil millones de dólares el año pasado), a la vez que una parte de la inversión radicada en México se relocalice hacia Estados Unidos.
En paralelo, el gobierno impulsa el denominado Plan México, que incluye el Programa de Protección para las Industrias Estratégicas. Sus objetivos centrales son: (i) proteger sectores clave de la industria nacional, (ii) sustituir importaciones de Asia mediante producción interna y (iii) mejorar la balanza comercial. La estrategia se traduce en un incremento arancelario a 1,463 fracciones arancelarias de países sin acuerdos comerciales con México, lo cual afecta principalmente la relación con China. El déficit bilateral, que alcanzó 119 mil millones de dólares en 2024, refleja una relación profundamente asimétrica: por cada dólar exportado, México importa once. Se espera que las medidas adoptadas impacten al 8.6% de las importaciones, con un valor aproximado de 52 mil millones de dólares, brindando protección a 19 sectores industriales.
Esta dualidad —apertura hacia Norteamérica y proteccionismo frente a Asia— refleja la necesidad de México de navegar en un contexto internacional crecientemente fragmentado. Lejos de implicar una subordinación de la política comercial a intereses externos, la estrategia busca preservar la competitividad de la base exportadora consolidada durante décadas, al mismo tiempo que promueve un mayor dinamismo productivo orientado al mercado interno.
En última instancia, México deberá diseñar una estrategia que reconcilie su vocación exportadora con la necesidad de construir un modelo de desarrollo más equilibrado y menos vulnerable a las presiones externas.
