Las Naciones Unidas surgieron como respuesta a la barbarie que los seres humanos somos capaces de desatar cuando el sentido común desaparece y prevalece la avaricia y la ley del más fuerte. Imperfecta, ha sido un organismo que pretende hacer prevalecer la razón y las reglamentaciones acordadas internacionalmente para dirimir conflictos y dirigir los esfuerzos conjuntos para solventar problemáticas globales.
Sin embargo, nació con la semilla de su propia destrucción en los sistemas de vetos y en los distintos pesos que tenían las voces de las potencias con respecto a las de los demás participantes. Siendo que, para muchos, representaba valores de concordia y negociación, jamás fue un foro igualitario.
A lo largo de los años hemos presenciado con creciente frustración cómo temas de gran calado han sido bloqueados o han terminado en declaraciones y firmas de acuerdos que no llegan a ser vinculantes, por lo que su cumplimiento quedaba a la buena voluntad de los firmantes. Desde la ilegal invasión a Irak por parte de EU hasta las reiteradas llamadas a la acción contra el cambio climático, la ONU ha ido dando muestra de desgaste e inoperancia.

Magnicharters, de pena
Esta semana la ONU celebrará una serie de reuniones que abordarán la complicada situación global actual. Con múltiples frentes de guerra abiertos y una situación política y económica crispada que amenaza tanto con una depresión como con el auge de nuevos totalitarismos, el organismo se enfrenta a un escenario que recuerda los tiempos oscuros de su fundación. Sin embargo, parece que la historia calla y que sus enseñanzas no han dejado huella en las nuevas generaciones.
La ONU se ha manifestado en contra de la invasión a Ucrania. Ha declarado como ejecuciones extrajudiciales los ataques de EU a botes venezolanos y ha utilizado la palabra “genocidio” al referirse a la actuación de Israel en Gaza, resucitando la antigua solución de los dos Estados. Por más que la gran mayoría de los países se manifestaran a favor y pidieran un alto a estas acciones con base en las normativas internacionales pactadas por todos, el veto de Estados Unidos y el comportamiento barbárico de las grandes potencias ha mostrado que estamos entrando en una época en la que la ley del más fuerte prevalecerá.
El derecho internacional no sólo ha mostrado que no tiene dientes, sino que está al servicio de los intereses de los poderosos. La ONU se ha quedado pontificando en el desierto. Uno de los más grandes logros en la humanidad en torno al establecimiento de la paz, el diálogo y la resolución diplomática de conflictos está en estado crítico. Esta semana veremos si la mera fuerza del reclamo moral será suficiente para hacer cambiar el rumbo a una situación global cada vez más violenta e inhumana.

