El asesinato de Charlie Kirk ha arrojado más leña a un fuego que polariza cada vez más a Estados Unidos. No sólo por el crimen en sí, sino por lo que vendrá después: manipulación política, silenciamiento del disenso y tentaciones autoritarias disfrazadas de orden. Y sus efectos podrían alcanzar incluso a México.
La muerte de Kirk, figura central del conservadurismo trumpista, ya se ha convertido en símbolo, bandera y —lo más inquietante— en herramienta. Trump no tardó en capitalizar el hecho para reforzar su narrativa: que la izquierda radical no sólo lo odia a él, sino que quiere destruir los valores fundacionales del país. Desde entonces, ha insinuado que sus adversarios políticos comparten responsabilidad, directa o indirecta, en el clima que habría provocado el crimen.
La demagogia es evidente: no es sólo un asesinato, es —según él— una prueba de que “ellos” odian a “nosotros”.

Acuerdo para levantar bloqueos
Lo peligroso es lo que esta narrativa habilita: justificar medidas más duras contra críticos, perseguir a organizaciones progresistas, censurar discursos incómodos en universidades y medios. Ya ha habido despidos y sanciones por comentarios considerados ofensivos hacia Kirk. Y todo esto, sin que exista evidencia clara de que el asesino actuó por razones políticas.
Surge así una contradicción preocupante: es inaceptable matar a alguien por pensar diferente; pero también lo es reprimir a quienes disienten, como reacción a ese crimen. ¿Qué queda de la democracia si ya no es posible opinar sin ser empujado a uno de los extremos y, por tanto, enemistarte con el otro?
Este crimen —que supuestamente refleja odio contra la derecha— terminará alimentando aún más odio desde la derecha. Trump ya habla de “enemigos internos”, de “limpiar” el país, de restaurar valores. Lo que viene no es unidad, sino una radicalización aún más profunda: políticas antiinmigrantes más duras, retórica xenófoba, vigilancia sobre movimientos progresistas y una base conservadora movilizada por la rabia y el deseo de revancha.
México no está al margen. El impacto puede sentirse en varios frentes: migración, comercio, seguridad. Kirk sostenía un discurso agresivo contra los mexicanos, pero al menos estaba dispuesto a debatir. Usar su nombre como bandera para endurecer aún más la narrativa trumpista sólo encenderá más el rechazo hacia México entre sus seguidores.
Todo esto no unirá al país. Lo fracturará aún más. Estados Unidos se adentra en un terreno donde el miedo y el resentimiento dictan la agenda. Y donde cada tragedia se convierte en excusa para recortar libertades.
El problema de callar a la fuerza es que al final sólo quedará una voz, repitiéndose a sí misma en un eco. Cuando ya no sea la voz del pueblo la que dé forma al poder, sino el poder quien imponga la voz del pueblo, éste dejará de ser una democracia.

