A la memoria del poeta y amigo, Antonio Rivero Taravillo
Tomo el libro del anaquel y sigo la huella del lápiz irregular. Revivo el sofoco. “No quiero que mis ojos maten corazones. No entiendo cómo los ojos de una niña pueden matar un corazón, sería terrible. ¡Un ojo que mata un corazón!, no entiendo. Tenía miedo porque son muchas las veces que mamá se queda mirándome y me dice Dios qué vamos a hacer para quitarte esa cara de niño, Juliana, voy a tener que llevarte donde el doctor”. En 2016, mi amigo colombiano Andrés Grillo me regaló Juliana los mira, novela de Evelio Rosero, su paisano deslumbrador. Siento el dolor de esa niña. La violencia sacrificial ejercida por la madre.
Un domingo tranquilo, como hoy, me gusta revisitar algún ejemplar de la repisa. Leo mis subrayados. Con frecuencia hablo conmigo de mujer a mujer y me digo “éstas son palabras altamente inflamables”. A veces discuto con la yo que hace un mes o años destacó algo sin gracia. Sin grasa. Entonces busco un pasaje relevante y lo señalo tres veces, para hallar espesura mañana. Subrayar un volumen implica el deseo de releerlo.

Rabino desata pleito en la 4T
Soy lectora y escritora profesional, así que las letras me acompañan a diario, tanto en lo privado como en mi oficio. Además de resaltar un preciosamiento, un asombro o una devastación, sobre el margen anoto preguntas, la palabra que voy a explorar en un poema, alguna ironía, la fecha cuando ese fragmento traslució mi nombre. Esas huellas son bitácoras paralelas de mi vida. Me desvisten. Valeria Luiselli dice: “Yo no llevo un diario. Mis diarios son las cosas que subrayo en los libros”. Me plagió años antes de hoy, sin saberlo.
La necesidad de marcar mis lecturas significa dos cosas: sólo presto mis ejemplares a gente íntima y no puedo leer los de alguien más. Creo que perdería amistades si devolviera una novela que lleva interrogaciones y ojitos llorones en las páginas.
*SPOILER: los puristas se pueden incomodar (encabronar) con lo que sigue.
Otra adicción que me acompaña desde Filosofía y Letras de la UNAM es doblar las páginas, pero como sigo el lema “antes muerta que sencilla”, nunca lo hago al ai se va. Desarrollé un sistema minucioso: distinguir la esquina indica un hallazgo sustancial; media página doblada es sinónimo de estocortalasvenas. Gracias a este código, al volver a un libro encuentro fácilmente lo que busco. Mis favoritos traslucen en dobladura y desgaste las veces que examino sus vísceras. Que las exprimo.
Un apunte final: casi siempre subrayo con lápiz, pero si se le rompe la punta busco una pluma, resaltador, plumón. Y no discuto si está bien o mal hacer origami con las páginas o enfatizar renglones con cualquier instrumento de escritura. Sería tan inútil como la pregunta de si las quesadillas pueden prescindir del queso. Allá quien las prefiera descalibradas.

