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¿A qué sabe la paz?

Montserrat Salomón. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Probablemente nunca se había tenido tanta expectación en torno al premio Nobel de la Paz. La continua y reiterativa autonominación de Trump para hacerse con este galardón, resulta no sólo controvertida sino nauseabunda. No sólo denota una falta de altura política y humana, sino que despierta inquietud ante la evidencia de una forma de pensar y actuar que se basa en aplastar para “pacificar”.

Amenazar, violentar y destrozar al enemigo para borrarlo del mapa y después proclamar que se ha alcanzado de esta forma “la paz” no responde a una idea de diálogo y concordia, sino a una de imposición y amedrentamiento.

Dentro y fuera de las fronteras estadounidenses la violencia ha acompañado a la figura de Trump. El ejército dirigido contra sus propios ciudadanos abocado a aniquilar al “enemigo interno”, la policía dando caza a migrantes con claros sesgos racistas y una población crispada en la que se acumulan asesinatos de figuras políticas de ambos partidos. Por fuera, un “plan de paz” para Gaza que esconde acuerdos comerciales e inmobiliarios que lucran con la sangre vertida en un territorio marcado por la crueldad y la desgracia.

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Esta es una señal de nuestros tiempos. El bien y el mal se han trivializado y se han convertido en una bandera acomodaticia que muta según nuestros intereses. Sin reflexión, sin pensamiento crítico y sin intenciones de escucha, el diálogo ha desaparecido en las arenas públicas y sólo prevalece la propaganda y la confrontación radicalizada. La muerte y el sufrimiento son un espectáculo para ensalzar la victoria y amedrentar al enemigo. Estos no son tiempos de paz.

Los muertos se hacen mártires. A las viudas se las explota en mítines disfrazados de homenajes. Los dirigentes se ufanan de odiar a sus oponentes entre las risas y los aplausos de las multitudes. La sinrazón impera y la banalidad del mal vuelve a recorrer las calles mientras renunciamos, como advertía Arendt, a comportarnos como seres humanos pensantes y críticos ante nuestro actuar y nuestro entorno. ¿Aún entendemos lo que significa la paz?

Pocas veces hemos visto una paz con tan mal sabor de boca. Una paz que sabe a derrota y miseria; a bravuconería y prepotencia. Así como ahora abundan los gobiernos que simulan la democracia mientras se atrincheran en el poder destrozando instituciones y vociferando consignas, ahora presenciaremos declaraciones de paz que esconden una nueva y sofisticada forma de administrar la guerra. La distopia se ha vuelto realidad.

No es hora de hablar de paz, sino de esperanza. Esperanza en la razón, en la humanidad y en el diálogo. Esperanza en que el horror de la guerra no quede disfrazado y disimulado por el espectáculo y la distracción. Esperanza en que recordemos a qué sabía la paz.

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