La primera relación de género entre humanos fue el patriarcado. Nació cuando los hombres se apropiaron de los cuerpos femeninos, como de una colonia. Es decir, que no fue América el primer territorio conquistado. Ni China. Siglos antes ocurrió el dominio asalvajado, el avasallamiento, la sujeción de las mujeres, a partir de mitos fundacionales/religiosos donde ellas merecieron el correctivo de ser sometidas, hasta hoy.
Gloso estos principios del libro La guerra contra las mujeres, de la antropóloga argentina Rita Segato, a propósito del asesinato de tres chicas en el Gran Buenos Aires. El 19 de septiembre, alguien invitó a una fiesta a Lara (de quince años), más Brenda y Morena (de veinte). Dijo que les daría 300 dólares por ir. Esa noche las torturaron a golpes y cuchillazos, hasta matarlas. Luego martirizaron sus cadáveres. La policía actuó pronto ante la denuncia por desaparición y al rastrear los celulares fue hallada una casa con los restos de las jóvenes, en pedacitos. Un detenido dijo que el triple asesinato fue visto por 45 personas, a través del grupo cerrado de una red social. Dijo que una de las muchachas escamoteó dinero y cocaína de un cártel. El líder criminal, un narco peruano, habría dicho en la transmisión: “Así le va a quien me roba droga”.
Desgracias como ésta resultan familiares en México. Releo a Segato para encuadrar el tema, con su evidente sello de poder patriarcal. Se trata de feminicidios atroces, vinculados al tráfico de drogas, donde el perpetrador articula un discurso punitivo sobre los cuerpos femeninos. En una especie de show, alardea ser dueño tanto de la vida como de la muerte de ellas.
Leo sobre el caso en el Facebook de Azteca Noticias. Los comentarios me activan la bilis, porque en vez de subrayar lo brutal de quienes atestiguaron la agonía sin denunciar y de quien la ejecutó, la responsabilidad es de ellas: “a una mujer de hogar no le sucede eso”, “todo por la pereza de trabajar”, “si fueran estudiantes o chicas trabajadoras me darían pena, pero eran prostitutas”, “faltó decir si las violaron primero”, “fue ajuste de cuentas, no feminicidio”, “se lo merecen, por zorras”, “a mí me vale verga”. Aprieto los dientes. Me enrabia que el juicio moral valide y apruebe el asesinato.
Como estudia Segato desde los 90, para el patriarcado la mujer es siempre culpable de la violación y el feminicidio. Ella no es pura. Provoca. No se porta bien. Por eso hay que insistir “y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”, detalla el performance El violador eres tú, de Las Tesis (basado en textos de Segato). Si Lara, Brenda y Morena eran prostitutas o se amistaban con malhechores, entonces no importan sus gritos de tortura a los quince y veinte años. Su carne manchada no es llorable.
Nosotras siempre tenemos la culpa por indecentes, no los criminales que nos matan con saña.