Estoy segura de mandar en un correo “fulana, especialista de la universidad tal…”, pero a la bandeja de entrada de mi interlocutor llega: “fulana, espacialista...”. Encuentro precioso imaginar a una persona ducha en los espacios. En llenar cada uno de memoria. Acuerparlo. Incluso aborrascarlo.
Tanto si surgen por error como si alguien las crea a propósito me parecen seductorsísimas las palabras de cuño nuevo. Las que “me cuentan lo que yo ya sabía”, como afirma George Orwell sobre las mejores novelas. Pues igual. Los neologismos son voces flamantes que, sin esfuerzo, revelan algo que mi intuición ya manejaba. Por ejemplo, la escritora española Marta Sanz etiqueta a un personaje, que toca el bajo en un grupo, como “muy musiquero”. Se parece a cocinero, financiero, mesero, sustantivos que nombran una ocupación. No hubiera tenido igual expresividad la frase gastada “el tipo es muy musical”. Qué chiste.
Por años he anotado en libretas infinidad de neologismos. Son gasolina para mi oficio de poeta y con frecuencia paso a jugar con ellos. Sobre todo me interesan los espontáneos, que no precisan un diccionario. Cualquier hablante de español los entiende. En general vivo en modo escritora, alerta a pescar una voz que de pronto me llena la boca de un color yerbabuenado. A veces es justo la necesaria para algo que escribo.

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Comparto novedades en este sentido. Hace poco, en Twitter alguien lleva a “veterinar al perro”; mi amigo Eduardo Casar señala textos como “orfebrizados”, de tan perfectos; oigo al pasar que un individuo “es inelegante”. Por otro lado, la española Olvido García Valdés habla de “la hinchazón de lo podre”. Al cortar las últimas letras de podredumbre crea algo sonoramente inmediato a una fruta que se pudre. Recuerdo aquello de Nicanor Parra: “El poeta no cumple su palabra / si no cambia los nombres de las cosas”.
Por estos días estoy trabajando un verso donde incluyo un adjetivo que invento: “Estoy silencia”. Me parece que el neologismo dota de fuerza a la condición de estar. Involucra un cambio del sintagma estar en silencio, donde la preposición en indica un estado físico del cual el sujeto participa. “Estar silencia” me involucra más íntegramente. Percibo que en esas dos palabras toda yo me implico, por dentro y fuera. Además altero el género de silencio, en general masculino, y así concuerda con el femenino de la voz que habla = silencia. Me fascinan las capas interpretativas que sugiere el cambio de una sola letra.
Y apenas esta semana, mi colega y amiga Carmina traía las manos llenas de objetos. No podía buscar su celular en la bolsa. Como si nada, soltó: “Siempre me encoso”. La paré en seco. Pedí que repitiera esa genialidad: “Me encoso, me lleno de cosas”. En la página de mi libreta dedicada a expresiones indispensables anoto, por supuesto, encosarse.

