PESOS Y CONTRAPESOS

Empresas, empresarios, empresarialidad (2/3)

Arturo Damm Arnal. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Según los Censos Económicos 2024, con datos del 2023, el año antepasado operaron en el país 5,468,180 empresas (la gran mayoría, el 99.996%, privadas, el resto, 0.004%, paraestatales), que dieron trabajo al 47.1% de la población ocupada y aportaron el 49.2% del Producto Interno Bruto, el PIB, que es la producción de bienes y servicios para el consumo final.

Tal es la importancia de las empresas para, uno, la producción de bienes y servicios, con los que satisfacemos nuestras necesidades, y, dos, para la creación de empleos, gracias los cuales generamos ingresos. Y si tal es la importancia de las empresas tal es, por razones obvias, la importancia de los empresarios y de la empresarialidad.

¿Es el empresario un benefactor de la humanidad, alguien que le hace el bien a los demás? Para responder vayamos de los pies a la cabeza. ¿A quién le debemos los zapatos que traemos puestos? Al empresario que los produce y nos los ofrece. ¿Y a quiénes les debemos los anteojos que traemos puestos, desde el armazón correctamente ajustado hasta el cristal debidamente graduado? A los empresarios que los producen y nos los ofrecen. ¿A quiénes les debemos la gran mayoría de los bienes y servicios que usamos para satisfacer necesidades, gustos, deseos y hasta caprichos? A los empresarios que los producen y nos los ofrecen. Si los empresarios producen y ofrecen satisfactores para el beneficio de los consumidores, y consumidores somos todos, entonces son benefactores de la humanidad.

Llegados a este punto alguien podrá decir que los empresarios serían benefactores si nos regalaran los bienes y servicios que producen, pero por todos y cada uno de ellos nos cobran un precio. Este tema no lo discuto. Me queda claro que si quiero seguir consumiendo (y consumir es disponer del bien o servicio para satisfacer la necesidad correspondiente: beber el vino para quitar la sed, y comer el pan y el queso para quitar el hambre), debo estar dispuesto a pagar, a quienes producen y ofrecen desde zapatos hasta anteojos, y un larguísimo etcétera, un precio que, por lo menos, les permita recuperar su costo de producción, lo cual nos lleva a la primera lección de economía: Vivir cuesta. ¿Por qué? Porque producir satisfactores cuestas.

Pero, además, ¿cuál es la mejor muestra de que lo que los empresarios hacen, producir y ofrecer bienes y servicios, nos beneficia? El que estamos dispuestos a pagar un precio por los satisfactores que nos ofrecen, pago del que los empresarios deben sentirse orgullosos, muestra de que los consumidores apreciamos lo que producen y ofrecen.

Obviamente que el precio debe ser el menor posible, siendo tal el que alcanza para cubrir el costo de producción, para lo cual se requiere que, en todos los mercados, por el lado de la oferta, se dé la mayor competencia posible, para lo cual se precisa que todo empresario, nacional o extranjero, que quiera ofrecer bienes y servicios pueda hacerlo, para lo cual se necesita que el gobierno lo permita. Se llama libertad económica.

Por último, alguien podrá decir que, desde el punto de vista ético, dado que los empresarios están motivados por el afán de lucro, su actividad es reprobable. Si el afán de lucro es éticamente reprobable, ¿entonces lo éticamente aceptable es el afán de pérdida?

Continuará.

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