SOBRE LA MARCHA

Noroña comunica

Carlos Urdiales. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Carlos Urdiales. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Creador de contenidos digitales con cargo al erario. En eso se ha convertido el brillante Gerardo Fernández Noroña. ¿Campaña en su contra? Si su vida escénica y privada están siendo ventiladas, es porque vive del presupuesto público, de sus dietas como legislador que pagamos quienes tributamos a la hacienda nacional.

Si el señor Fernández Noroña fuese propietario de un spa en Tepoztlán, Morelos, o encabezara una ONG pro-Palestina y viajara o hiciera activismo cívico por tan loable causa con recursos lícitos y particulares, nadie se ocuparía de sus legales ausencias, de la aritmética de sus ingresos vs. sus egresos, hipoteca, mensualidades o el valor de sus autos.

Como sea, nunca nadie le ha negado el derecho a un techo, a una alimentación sana, balanceada y suficiente, tampoco se le ha pedido que utilice calzones de manta, taparrabos o cascabeles en los tobillos. Nadie tampoco lo acusa de vestir sastres italianos o calzar suelas rojas. Sin lujos, ruidosos o silenciosos, sin estridencias maniqueas. Su épica de víctima es teatralidad nata.

Gran creador de contenidos digitales, con instinto para surfear las olas de la marea política recargándose en el “compañero” AMLO o la “compañera” Presidenta.

Buen actor, entrón para sortear lo que fifís insolentes le sirven en bandeja de plata (digitalmente hablando) para hacer de la grosería pública en un salón VIP del aeropuerto, un caso digno del escarnio, del sometimiento en la tribuna del pueblo. Tomen para que aprendan a respetar a los rencorosos en turno.

Juguetón, vivaz, abusadillo desde chiquillo, Fernández Noroña, liberal por convicción, legislador por consolación y protagonista inevitable, pidió licencia por once días a su escaño como senador de la República para aceptar la invitación que una aerolínea árabe le hizo e ir con sus huesos en apoyo de la causa palestina, para denunciar la atrocidad del gobierno israelí, se va para que no digan que cobra por hacer otros menesteres.

A quienes hasta en ese gesto de extrema pulcritud administrativa —ahora resulta— le escatiman aplauso, el ave de tempestades no vacila en tachar de apoyadores del genocidio sionista. Así de radical, así de claridoso en esas esferas del debate global.

Y justo para eso. Su periplo es posteado, compartido, como buen influencer, monetiza visualizaciones, capitaliza su notoriedad, su provocadora vocación para polemizar. Ilustre tuitero (usuario de la red social X) emula a figuras de aquel metaverso, como Luisito comunica o Alonso Vera, Pata de perro.

Sus viajes, comidas, encuentros y desencuentros al alcance de todos, vida rostizada en las pantallas de dispositivos de todo tipo para su beneficio y regocijo. Noroña comunica, Noroña discute, pelea, enseña y se aferra. Con licencia legislativa y otra de más arriba para que parezca y no perezca.

Sin más encargo que la sobra de la catafixia en la corcholatiza ¿cómo subsistiría un sexenio ajeno y entero, sin morir en el intento? Noroña, que no es visto, no podrá ser al menos, considerado.

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