TEATRO DE SOMBRAS

Las humanidades y los libros

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Lo que hoy conocemos como humanidades es una familia de disciplinas que se cultivan, principalmente, aunque no de manera exclusiva, en las universidades.

Las humanidades son muy distintas de las ciencias. Señalo tres diferencias. La primera es que en las humanidades las características lingüísticas son muy relevantes. Para estudiar a fondo al teatro clásico francés, por ejemplo, hay que saber francés. La segunda es que en las humanidades las tradiciones culturales también son importantes. No basta con que examinemos los textos por sí solos, hay que ubicarlos dentro del mapa que les corresponde. La tercera, que toca el tema económico, es que las humanidades nos ofrecen un conocimiento casi gratuito, accesible a cualquiera. Desde hace siglos, ese conocimiento se ha inscrito, distribuido y preservado en los libros.

Las humanidades, tal como las conocemos, no podrían existir sin libros. Ellos son su objeto de estudio y el fruto de sus investigaciones. Dicho de otra manera, quienes nos dedicamos a las humanidades consumimos y producimos libros: ésa es nuestra tarea.

La invención de la imprenta supuso un cambio gigantesco para las humanidades. Antes, las humanidades sólo podían ser cultivadas por un reducido número de personas que tenían acceso a las escasas obras manuscritas. Con los libros impresos, las humanidades quedaron a la disposición de las grandes masas de la población. Tres fenómenos ayudaron a lo anterior. El primero, condición sine qua non, fue la alfabetización de la sociedad en su conjunto, algo que antes se hubiera considerado inimaginable. El segundo fue la expansión del sistema de bibliotecas públicas que permitió que cualquiera que supiera leer tuviera acceso a los libros, por caros que estos fueran. El tercer fenómeno fue el desarrollo de la industria editorial en el siglo XX que logró imprimir títulos en cantidades gigantescas, lo que tuvo como efecto que el precio del libro, en sus ediciones populares o de bolsillo, fuera alcanzable para los grandes sectores de la población. La distribución extensiva y el bajo costo permitieron que en muchos países los sistemas educativos adoptaran en sus programas escolares el estudio extensivo de las humanidades en la educación media e incluso desde antes.

Cada año se publican en todo el mundo miles de títulos en el campo de las humanidades. El mercado editorial más grande es el de los Estados Unidos. Si uno revisa los catálogos de publicaciones de las editoriales de aquel país quedará asombrado de la enorme cantidad de libros de humanidades que imprimen cada año. El contraste con México es enorme. Una razón es demográfica. En Estados Unidos hay alrededor de 131 mil profesores de humanidades a nivel universitarios. Sin embargo, los grandes tirajes no deben distraernos de un fenómeno que inquietante. Si el número de libros ha crecido, el número de revistas en las áreas de las humanidades y de los artículos dentro de ellas ha crecido todavía más.

Aunque los libros siguen teniendo prestigio, aunque se siguen publicando a montones, están dejando de ser la unidad de medida de la labor académica. Si las universidades son como fábricas de conocimientos, los académicos somos como obreros especializados cuya tarea principal es producir artículos. Se nos ha impuesto una concepción del trabajo académico que sigue las pautas de la práctica científica y que, por lo mismo, deja a las humanidades en una posición precaria.

Escribir un libro de humanidades y, lo que a veces resulta más difícil, publicarlo, distribuirlo y venderlo es, en este escenario, un acto de resistencia civilizatoria.

Estamos frente a una situación paradójica. Nunca antes se habían publicado más libros y, en especial, de humanidades, y, sin embargo, nunca antes, como ahora, hemos padecido de tantas amenazas al libro y, en particular, al libro de humanidades.

Insistir en seguir escribiendo y publicando libros, como ya dije, es un acto de resistencia civilizatoria. Seré aún más enfático. La defensa del libro en las humanidades es una defensa del ser humano frente a las fuerzas oscuras que pretenden someterlo, aplastarlo, destruirlo. Por desgracia, la existencia de la humanidad no es algo que pueda darse por sentado. Hay que luchar para que no desaparezca. Las humanidades son una tarea indispensable para ese fin y, para ello, hay que cultivarlas y publicarlas con alegría y esperanza.

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