EL ESPEJO

Las vencidas entre China y Estados Unidos

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La reunión entre Donald Trump y Xi Jinping, celebrada en Busan la semana pasada, pareció cerrar un ciclo de tensión comercial que durante años ha oscilado entre amenazas y treguas.

El presidente estadounidense anunció con su habitual tono triunfal que había alcanzado un gran acuerdo con China: una reducción del 10% en los aranceles a sus importaciones y el compromiso chino de comprar enormes volúmenes de soya estadounidense.

A cambio, Pekín suspendió por un año los controles a la exportación de minerales raros, insumo esencial para las industrias tecnológicas y militares.

Trump lo presentó como una victoria para los agricultores y las empresas estadounidenses.

Pero lo que Xi Jinping hizo fue devolver las cosas al punto en el que estaban antes de la guerra comercial. En realidad, China no cedió nada estructural. El gesto de levantar temporalmente su bloqueo de tierras raras —con el que controla casi el 90 por ciento de la producción mundial de minerales como el disprosio o el terbio, fundamentales para motores eléctricos o semiconductores— fue suficiente para dejar que Trump reclamara un trofeo político.

Ésta es la nueva diplomacia china: dejar que el adversario grite victoria mientras el tablero sigue igual. Pekín comprendió que Donald Trump necesita espectáculo más que estrategia y que la retórica del “ganar o perder” puede ser utilizada en su beneficio. No es casual que Xi haya reiterado, casi con tono pedagógico, que ambas potencias deben centrarse en los beneficios de largo plazo de la cooperación y no en el “círculo vicioso de las represalias”.

En los hechos, China obtuvo lo que buscaba: previsibilidad. El acuerdo desactiva momentáneamente la escalada de sanciones, le permite seguir exportando materiales críticos y, sobre todo, muestra que puede resistir las presiones de Washington sin romper su propio modelo económico. Para un país cuya estrategia de largo plazo depende de mantener su industria exportadora a salvo, la pausa es una victoria silenciosa. Trump, por su parte, regresa a casa con una narrativa de fuerza que puede vender a su base electoral, aunque las cifras indiquen otra cosa. Las sanciones de años previos dañaron más a los consumidores estadounidenses que a las exportaciones chinas y no corrigieron el enorme déficit comercial entre ambos países.

Más allá de los titulares, este acuerdo no resuelve el conflicto de fondo. China ha aprendido a jugar en un escenario donde Estados Unidos se replegó del multilateralismo. Hoy Pekín se presenta como defensor del libre comercio y hasta de la Organización Mundial del Comercio, instituciones que alguna vez fueron pilares de Washington. El giro es irónico, pero eficaz: el régimen que combina control político con capitalismo de Estado se adueña del discurso liberal que Estados Unidos abandonó.

La fuerza de esa estrategia se mide en los datos. Hace dos décadas, China era el principal socio comercial de apenas una docena de países; hoy lo es de más de 120, incluidos casi todos los de Asia, África y una buena parte de América Latina. Ya es, en los hechos, el centro de gravedad del comercio global. Mientras Trump improvisa una política exterior que depende del siguiente post en su red social, Xi construye la suya con décadas de paciencia. Las vencidas entre ambos líderes seguirán, pero el resultado parece escrito: quien sabe esperar no necesita ganar cada ronda para ganar la partida.

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