LA VIDA DE LAS EMOCIONES

¿Es la serenidad un ideal alcanzable?

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

En el siglo I de nuestra era, aparece Sobre la ira, un ensayo de filosofía práctica, casi un texto de autoayuda, escrito por Séneca, filósofo estoico y dramaturgo romano.

La ira es el precipicio del alma, nos dice, refiriéndose a cómo el manejo del propio enojo es imposible. La ira es difícil de domesticar y cuando alcanza cierta intensidad no pueden detenerse sus consecuencias destructivas.

La ira y el enojo pueden entenderse como sinónimos en el texto. “La ira es como un ácido que destruye el recipiente que lo aloja más que al objeto sobre el que se vierte”. La ira daña nuestras relaciones y destruye la paz interior.

Séneca detesta el enojo y considera que la cultura, el orden político, la comunidad, el pacto social y el amor son los antídotos de la barbarie.

¿Por qué sentimos ira? Porque creemos que otra persona nos ataca o es injusta y queremos devolverle el daño. Séneca pone algunos ejemplos: “Me ha saludado con poca cortesía, no correspondió cariñosamente a mi beso, no me invitó a su banquete, interrumpió bruscamente una frase comenzada, el semblante del otro no me ha parecido muy risueño”. Por estas banalidades, las personas se enojan y contraatacan. Quieren vengarse de quien les hizo daño.

El comportamiento de represalia se observa en muchas especies de animales. Si un animal recibe un ataque, responde con furia debido a la respuesta de lucha o huida, que es un mecanismo innato de sobrevivencia. Desde las sociedades humanas antiguas hasta la civilización clásica, existieron códigos legales arcaicos como la ley del talión: “Ojo por ojo, daño por daño”. Devolver el agravio recibido como un principio fundamental de justicia.

Séneca se opone a esta postura y afirma que el enojo no surge de un análisis racional de los hechos y es una respuesta descontrolada que nos hace esclavos de nuestras pasiones.

Para los estoicos la verdadera libertad reside en el autogobierno, el autocontrol y en poder vivir de acuerdo a la razón. Ser esclavo del enojo es hacer cosas que después provocan arrepentimiento. La ira nos ciega a las consecuencias de nuestras acciones. Es un incendio que una vez iniciado no se puede controlar y destruye las relaciones sociales.

Nadie en la historia de la humanidad se ha calmado cuando alguien le dice “cálmate”, porque no queremos estar tranquilos sino enojados y nos volvemos más crueles para justificar nuestro enojo. A pesar de la puerilidad de nuestros arrebatos, insistimos en ellos para que no parezca que fueron sin razón.

La ira es contagiosa. Se propaga a través del grupo, de la masa, dando lugar a un organismo furioso que desarrolla un relato unánime. Nunca más verdadera esta afirmación que en tiempos de la turba anónima del Internet.

El objetivo de la filosofía estoica es tener menos apego al enojo y lograr la tranquilidad y un estado de paz emocional.

Algunas de las estrategias para conseguirlo son admitir que la ira es destructiva. A veces el enojo dura más que el daño mismo; ser observadores de nuestra propia persona y detectar las situaciones que nos enojan, pero también identificar los pensamientos que llevan a la ira. Si yo interpreto que alguien me trata injustamente, si yo pienso que alguien me quiere engañar o traicionar, si me siento despreciado o devaluado, si creo que me discriminan, seguramente me voy a enojar. El enojo comienza con nuestra interpretación de los hechos. Si anticipamos el enojo, es posible expresar la molestia de forma más constructiva, tratando de calmarnos, pidiendo explicaciones a quien pensamos que nos ofendió, aclarando situaciones; cambiar la perspectiva, preguntarse si lo que nos enfurece hoy va a ser importante mañana o en una semana o en un año. Dice Séneca que hacemos malos cálculos: estimamos en mucho lo que damos y en poco lo que recibimos. Cambiar la perspectiva es valorar lo que se tiene, lo que nos dan los otros y así alcanzar la paz; ser empáticos y preguntarnos: ¿nunca hemos hecho algo parecido a lo que nos irrita en otras personas?, ¿podemos asegurar que nunca lo haríamos? Intentar comprender las acciones de los demás puede reducir la tendencia a juzgar y castigar. “No es propio del sabio odiar a los que se extravían, de otra manera, se odiará a sí mismo”. El filósofo sugiere la práctica del examen de conciencia y es un hito importante en el desarrollo de la autoconciencia humana, que es reconocer este espacio interior, esta interioridad de examinar nuestros actos y pensamientos. Todos nos extraviamos un poco, así que no deberíamos ser tan severos cuando juzgamos al prójimo; evitar la vanidad, los lujos, las riquezas, que arruinan el carácter. El lujo es vulgaridad. El tumulto más grande se encuentra alrededor del dinero. Pone en lucha a los padres con los hijos. Vivimos en un mundo en el que todo está pensado para nuestra comodidad lo que en cierto sentido nos debilita, nos vuelve blandos, irritables, mimados, esperando a tener los problemas resueltos de inmediato. No toleramos la frustración, nos enojamos cuando nuestras expectativas no se cumplen, nos damos demasiada importancia, nos enojamos por pequeñeces, por minucias, cuando perdemos algo, cuando un amigo no nos invita o hace un chiste estúpido o cuando alguien maneja mal; usar el humor y la ironía, ayudar a perder la importancia, a perder el ego. Al aceptar el insulto y convertirlo en un chiste, el daño desaparece. Quien nos insulta ve que no puede lastimarnos.

La mejor cura para la ira es esperar que la espuma baje, que la nieve que envuelve la mente se disipe. El enojo lleva a la confrontación, a la venganza. Al estar a punto de enojarse, es mejor alejarse de la situación y no actuar hasta estar tranquilo. No hablar, no mandar el mail ni el WhatsApp, distraerse, leer, meditar, hacer deporte, ir a psicoanalizarse, contar hasta cien. El tiempo descubre la verdad, nos permite pensar mejor, ver más claro, interpretar los hechos de otra manera.

Quienes se acostumbran a explotar, entrenan al cerebro para repetir ese circuito: pasar del enojo a la descarga de la tensión por medio de la agresión. Así nos volvemos cada vez más enojones. Si no nos descargamos, el enojo se disipa.

Séneca habla de la superioridad del Estado de derecho por sobre la barbarie. Opone civilización y barbarie, Estado y anarquía. Los bárbaros son inferiores porque se enojan.

Que nada nos afecte, ser imperturbables (ataraxia) es el ideal de Séneca. También la apathéia, que es el desapasionamiento, cierta frialdad emocional que se convierte en serenidad.

El enojo es necesario a veces, en el momento adecuado, en la intensidad apropiada, con la persona correcta y en el tiempo correcto. El justo medio entre los extremos. Ésta es la postura de la psicología contemporánea: aprender a moderar o regular nuestras emociones, no a extinguirlas como propone el estoicismo.

¿Es la serenidad un ideal alcanzable?Valeria Villa

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