EL ESPEJO

Truqueando las elecciones intermedias

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

De las últimas 22 elecciones intermedias que ha habido en los Estados Unidos, en 20 ocasiones el partido del presidente ha perdido asientos. Ejercer el poder desgasta y, en una competencia libre, lo más probable es que los votantes castiguen a los gobiernos por sus resultados, llevándolos a enfrentar la segunda mitad de sus mandatos con mayores restricciones y límites.

Sin embargo, todo cambia cuando desde el poder se está dispuesto a torcer o romper las reglas a mitad del camino.

Desde que Donald Trump regresó a la presidencia ha entendido que el control del Congreso no sólo define la suerte de su agenda, sino su propia supervivencia política. Hoy la mayoría republicana en la Cámara de Representantes depende apenas de dos asientos y perderla significaría el regreso de las investigaciones, citatorios y contrapesos que marcaron el final de su primer mandato. Por eso el trumpismo ha decidido no confiar en el voto, sino en la geometría. Su estrategia ha sido redibujar el mapa electoral del país para garantizar una ventaja estructural, incluso si pierde en votos totales.

El laboratorio de esta manipulación comenzó en Texas. En la última redistritación, los republicanos alteraron los límites de los distritos urbanos y suburbanos de Houston, Dallas y Austin, dividiéndolos y fusionándolos con zonas rurales. El resultado es quirúrgico: cinco nuevos distritos seguros para el Partido Republicano en lugares donde antes ganaban los demócratas. No fue un caso aislado.

En Missouri, Ohio y Carolina del Norte se repitió el patrón, generando al menos nueve asientos adicionales que serán para los republicanos, no por cambio en las preferencias ciudadanas, sino por manipulación cartográfica. La distorsión es tal que un partido puede ganar menos votos y aún así quedarse con la mayoría legislativa. La Corte Suprema, de mayoría conservadora, se ha rehusado a intervenir argumentando que la redistritación es una cuestión política fuera de su competencia, dejando la puerta abierta para que los estados dibujen los mapas a conveniencia de quien gobierne.

Frente a esto, la reacción llegó desde el otro extremo político. En las elecciones de la semana pasada, California aprobó la llamada Propuesta 50, con la que la población decidió recuperar el control de su propio mapa electoral. El estado había mantenido desde hace años una comisión ciudadana independiente para trazar los distritos, pero el triunfo republicano en varios estados encendió las alarmas. “Si ellos juegan sucio, debemos hacerlo también”, es la lógica que los californianos votaron mayoritariamente. Ahora los demócratas redibujarán los límites del estado más poblado de la Unión para fortalecer su poder en la Cámara y combatir fuego con fuego.

Los comicios del martes dejaron ver que el partido demócrata no está en la lona. Lograron victorias importantes con candidatos jóvenes, algunos cercanos al discurso progresista de Bernie Sanders, como el nuevo alcalde de Nueva York, Mamdami, y resistieron el avance republicano en Nueva Jersey y Virginia. Pero la competencia ya no será entre programas, sino entre mapas.

Trump ha entendido que, para conservar el poder, no basta con convencer si se puede truquear. La historia de Estados Unidos muestra que el desgaste de gobernar suele cobrarse en las urnas, pero pocas veces un presidente ha estado tan dispuesto a reescribir las reglas del juego para evitarlo. En 2026, los votantes acudirán a las urnas, pero los resultados quizá ya estén dibujados desde antes.

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