ACORDES INTERNACIONALES

La BBC y el espejismo de la imparcialidad

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

La dimisión de Tim Davie, director general de la BBC, y de Deborah Turness, responsable de noticias, ha sacudido al periodismo mundial. De acuerdo con The Telegraph y El Mundo, un informe interno elaborado por el asesor Michael Prescott reveló que la radiotelevisión pública británica manipuló deliberadamente declaraciones de Donald Trump en el programa Panorama, recortando su llamado a manifestarse “de forma pacífica y patriótica” para que pareciera una incitación directa al asalto del Capitolio.

El documento también denuncia sesgos sistemáticos en coberturas sobre la guerra de Gaza —donde se atribuyen simpatías pro-Hamas— y en temas de género y raza.

Según The Telegraph, BBC Arabic omitió sistemáticamente testimonios israelíes, repitió cifras sin verificar y utilizó lenguaje que diluía la responsabilidad de Hamas. Cuando una institución pública incurre en eso, el problema no es ideológico sino epistémico: confunde verdad con afinidad.

Por su parte, la Casa Blanca calificó a la BBC de “máquina de propaganda de izquierda”. Más allá del tono político, el episodio plantea una pregunta ética compleja: ¿qué ocurre cuando un medio público, cuya legitimidad descansa en la confianza, pierde su brújula epistémica?

La teoría contemporánea del conocimiento mediático describe dos trampas frecuentes: el sesgo de confirmación, que nos lleva a seleccionar datos que refuerzan lo que creemos, y las cajas de resonancia, espacios donde sólo circulan voces afines. En las redes sociales esto es previsible; en un medio público, es una catástrofe. Cuando la información se convierte en refuerzo identitario, el periodismo deja de contrastar versiones y empieza a reforzar sus propias creencias, en lugar de contrastar hechos y opiniones en la búsqueda de la verdad factual.

En su forma más peligrosa, el sesgo no produce simple error, sino propaganda. La propaganda no miente en bloque: selecciona, recorta, enfatiza; crea un sentido moral que sustituye la realidad por una versión útil. Su eficacia no depende de convencer al adversario, sino de reforzar la fe de los propios. Lo que hoy se discute en la BBC no es sólo una cuestión de estilo editorial, sino el umbral que separa la información de la manipulación. Cuando los medios públicos adoptan los métodos de la propaganda, el ciudadano deja de ser interlocutor y se convierte en público cautivo.

El caso BBC muestra cómo, en tiempos dominados por las narrativas —progresistas o conservadoras—, la verificación ha sido sustituida por la convicción. En palabras de Hannah Arendt, “la mentira política no pretende engañar a los otros, sino consolidar un mundo cerrado sobre sí mismo”. La imparcialidad no es neutralidad ni simetría: es una disciplina de contraste, un método de duda.

Por eso, el verdadero daño no es el descrédito ante gobiernos o partidos, sino la erosión de la confianza pública y la relativización de la verdad. Un medio público debe rendir cuentas no sólo a los hechos, sino también a sus propios mecanismos de verificación. Si no lo hace, se convierte en lo que prometía evitar: una cámara de eco sostenida con fondos del Estado.

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