Para entender el entramado de lo que ha sucedido en los últimos días, es necesario trasladarnos a la Roma antigua. Cuando el César hacía uso pleno de su poder, a los ojos de sus enemigos, detractores y de quienes se sentían agraviados al perder ese poder, no lo atacaban de frente; por el contrario, lo advertían.
Éstos no necesitaban desafiar al emperador públicamente; bastaba con asesinar a uno de sus generales o corromper a un guardia cercano para dejar claro un mensaje: “Podemos tocar a los tuyos. Y si queremos, también podemos tocarte a ti”.
Ahora bien:

Reconocimiento al Ejército
Al asumir el poder, la Presidenta Claudia Sheinbaum cambió por completo la estrategia de seguridad. Con esta determinación se acabaron los “abrazos, no balazos”, la política que marcó el rumbo de la seguridad en el país durante todo el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Omar García Harfuch, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, inició su encargo deteniendo a generadores de violencia, desarticulando laboratorios de fentanilo y, sí, incautando millones de litros de hidrocarburos que entraban al país de manera ilegal por distintos puertos y cruces internacionales. Con estas acciones no sólo se vieron afectados los cabecillas de los grupos del crimen organizado, también políticos y empresarios inmiscuidos en este jugoso negocio.
Para muestra del cambio de estrategia, al día de hoy van 37 mil personas detenidas, 300 toneladas de droga aseguradas, cuatro millones de pastillas de fentanilo, 18 mil 981 armas de fuego y 1,614 laboratorios de producción de anfetaminas desmantelados.
A la par, apareció en la escena el presidente municipal de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo, quien se destacó rápidamente por su forma de hacerle frente al crimen en su municipio y por sus videos en los que exponía su inconformidad con la estrategia de seguridad de AMLO. Su popularidad se disparó: aparecía regañando a policías, ataviado como agente de seguridad, haciendo declaraciones estridentes, ordenando disparar desde un helicóptero y un largo etcétera.
Los detractores del Gobierno se dieron vuelo haciéndolo famoso; era el personaje perfecto para su narrativa.
¿Qué pasó después? Lo que ya todos sabemos: Manzo fue asesinado en un evento público, frente a cientos de personas. El crimen no sólo se planeó con inteligencia, sino que se ejecutó con precisión quirúrgica. Escogieron a un menor de edad como sicario, lo enfundaron en una sudadera blanca para que no hubiera duda de quién lo realizó y, como era previsible, los escoltas terminaron abatiéndolo.
Apenas unos días después, la Presidenta Claudia Sheinbaum fue abordada por un sujeto que logró realizarle tocamientos. No había seguridad que detuviera al individuo, que cuidara el perímetro; no había ayudantía ni equipo de protección que reaccionara.
Sencillo, Carlos Manzo tenía más seguridad. Según palabras de su hermano, contaba con 26 escoltas, y aun así acabaron con su vida. La Presidenta de México, en cambio, no tenía a nadie, y de eso se encargaron de dejar evidencia en video. Evidentemente a Carlos Manzo no le dispararon por sus acciones, acabaron con él porque era el mensaje perfecto: “Eres vulnerable”.
Ambos hechos, el asesinato y la intromisión, pertenecen a la misma secuencia, a la misma lógica de poder que se comunica con símbolos y no con palabras.
La historia de los césares se repite, el poder que desafía estructuras criminales siempre recibe mensajes envueltos en tragedia. La pregunta, entonces, no es quién jaló el gatillo ni quién cruzó la valla; la pregunta es quién escribió el mensaje.
Reenviado.
El crimen se realizó cuando:
Estamos a menos de un año de que inicie formalmente el proceso electoral para renovar a los 500 diputados federales, 17 gubernaturas, 31 congresos locales, en 30 estados habrá elección de ayuntamientos, se elige, además, la mitad de las personas juzgadoras en el ámbito federal, y también en 19 estados, y el total del Poder Judicial local en 3 entidades… y ahí eventualmente se pondría en la boleta a la Presidenta, con el tema de la revocación de mandato.
