¡Las marchas celebradas el sábado 15 de noviembre representaron un nuevo hito en las movilizaciones contra el desempeño del Gobierno en México.
Descontadas las protestas extorsivas que cada tanto realiza la CNTE o las anuales alrededor del Día Internacional de la Mujer, hacía un año que la ciudadanía no salía a las calles de forma masiva para expresar su descontento.
A fines del sexenio anterior se dio un ciclo muy vibrante de protestas ciudadanas contra decisiones y políticas del régimen: la defensa del INE, la sobrerrepresentación legislativa y la mal llamada reforma judicial. Sin embargo, desde que en el otoño pasado se consumó esta última, fue notorio el desánimo entre la ciudadanía libre y activa; algo más que comprensible, dada la aparente inutilidad de las protestas ante la consolidación incontenible de diversas decisiones autoritarias y regresivas. Pero eso cambió el #15N.

Reconocimiento al Ejército
Dos factores fueron convergentes para reforzar la exitosa convocatoria. En primer lugar, la iniciativa de la Generación Z. Se trata de un movimiento global —que ya había tenido importantes expresiones en Nepal, Indonesia, Perú o Paraguay, entre otros países— que denuncia la falta de oportunidades para los jóvenes, la ranciedad de las instituciones políticas, la inseguridad y la corrupción de la clase gobernante, entre otras consignas. El otro factor determinante fue el asesinato de Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan: un punto de inflexión dentro de los (demasiados) homicidios de “alto impacto” que han ocurrido en Michoacán. Manzo, se sabe, adquirió notoriedad nacional e internacional por sus certeras y rudísimas críticas contra el Gobierno federal, por la fallida política en materia de seguridad y la falta de determinación para combatir a las organizaciones criminales.
La reacción inicial del Gobierno ante las expresiones ciudadanas suscitadas por el asesinato fue criticable, aunque poco sorprendente, dado que su estrategia discursiva para prácticamente todo se reduce a la vieja consigna de buenos contra malos. Pero esta vez se cruzaron límites, mostrando falta de reflejos, falta de empatía y desconexión con amplios sectores de la sociedad. Si bien al día siguiente fueron rectificadas, quedan registradas las declaraciones de la conferencia matutina ajenas a la compasión, la solidaridad y la responsabilidad. Como con López Obrador y el homicidio de la periodista Lourdes Maldonado: ella fue la asesinada, pero la víctima era él. Y en el caso de la convocatoria de la Generación Z, la descalificación gubernamental fue peor aún.
Como suele suceder, si bien hubo marchas en 56 ciudades del país, la más visible fue la de la Ciudad de México, con una presencia masiva de distintos sectores de la ciudadanía para manifestar su indignación por el asesinato de Manzo y acompañar a la Generación Z —que, por cierto, no baja la guardia y convoca a manifestarse nuevamente el 20 de noviembre—. El abanico de consignas que se escucharon fue muy variopinto: las deficiencias en el sistema de salud, la inseguridad, la corrupción y los excesos de ciertos políticos y “nepobabies”, el abandono al campo, los “jueces del acordeón” o la regresión democrática. Fue, casi totalmente, una marcha pacífica; pero, por desgracia, apareció el ya conocido y muy violento “bloque negro” —ése que, curiosamente, brilla por su ausencia en las concentraciones de acarreo para apoyar al régimen—. Tal vez la intervención policial era necesaria, pero no el evidente abuso que se ejerció contra personas que simplemente habían ido, de manera pacífica, a manifestarse en uso de sus libertades.

