La llamada marcha de la Generación Z del 15 de noviembre terminó siendo una movilización heterogénea que reunió, dependiendo de la fuente consultada, entre 17 y 50 mil personas. Estuvo compuesta por una mezcla de causas: inseguridad, rebeldía, condiciones laborales, carencias en el sector salud y por la presencia de figuras y grupos opositores como Claudio X.
González, Emilio Álvarez Icaza y Rafael Acosta Naranjo, así como el Movimiento del Sombrero o la Bata Blanca. En realidad, nadie ha logrado explicar el motivo central de la manifestación: la heterogeneidad de su composición, lo difuso de la convocatoria y la falta de liderazgo o vocería la vuelven difícil de interpretar como un movimiento coherente.
Aunque hubo tensión frente a Palacio Nacional —120 heridos, denuncias de gas lacrimógeno y entre 20 y 40 detenidos—, el episodio no representó un riesgo real de descontrol ni un caso atípico si se le compara con la violencia de la marcha del 2 de octubre de este año o con las protestas feministas de hace tres años. Por supuesto, no porque no sea un hito de violencia, significa que los excesos que se evidencian en los videos de los enfrentamientos con los policías no deben revisarse y sancionarse. Pero no sobra decir que esta protesta tampoco es comparable con la represión estudiantil de 1968, el Halconazo de 1971 o con episodios recientes en Nepal o Indonesia, a pesar de los paralelismos exagerados difundidos en redes sociales.

Reconocimiento al Ejército
No obstante su aparente ligereza, la manifestación es políticamente relevante. No por la marcha en sí, sino porque se suma a una secuencia de expresiones de descontento: la CNTE paralizó la capital durante semanas con su protesta por la reforma de pensiones; los agricultores bloquearon carreteras y vías férreas en el Bajío por precios de garantía; y en Michoacán más de 60 mil personas se movilizaron tras el asesinato de Carlos Manzo.
Durante el gobierno de AMLO también hubo grandes movilizaciones —la Marea Rosa o la marcha en defensa del INE—, también hubo descontento a pesar de los niveles ingrávidos de su popularidad. Ahora con Sheinbaum a ese descontento inicial, más parecido al de la marcha del sábado, se suma el de los movimientos corporativos que parecían que eran amigos del Gobierno y que ahora movilizan masas con agilidad, erosionan la narrativa oficial y proyectan la idea de que la coalición gobernante carece de densidad política y manejo de crisis.
A todo esto se suma el que Morena enfrenta escándalos de corrupción en sus filas, asociaciones de empresarios estadounidenses que expresan preocupación por el Plan C, una nueva crisis de inseguridad y reclamo social en Michoacán. La recurrencia de estas protestas y hechos empieza a mostrar que aun con la supermayoría, la renovación de la Corte y la incorporación de los constitucionales autónomos, se las están viendo con reclamos sociales y políticos, nacionales, internacionales y locales que le exigen cuentas a siete años de transformación y que puede que termine germinando en una nueva oposición.

