SOBRE LA MARCHA

La Presidenta no es AMLO

Carlos Urdiales. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Carlos Urdiales. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Claudia Sheinbaum no es el pararrayos cuyo antecesor fue. Ser vocera unívoca de la administración que encabeza, mucho más robusta que la anterior, la desgasta y la inserta en dinámicas narrativas adversas.

Clonar la estrategia de la conferencia matutina diaria desde Palacio Nacional es parte de una herencia impuesta. Pudo hacerlo diferente, no lo hizo. Ya metida en el Salón Tesorería bien podría introducir voceros, uno o dos según los temas y su naturaleza política o técnica.

Rosa Icela Rodríguez, la confiable cabeza de Gobernación; el eficiente Pepe Merino, titular de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones del Gobierno de México; y cuando se requiera, Marcelo Ebrard para el T-MEC. Incluso en temas de seguridad, Omar García Harfuch bajo el paraguas institucional de Segob.

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Repetir el esquema quijotesco de AMLO contra lo imaginario y lo real, no le va a la Presidenta. Tampoco lo necesita. O no debería ocupar siempre esa primera línea de fuego. Posee fortalezas y pericias que López Obrador suplía con rudeza, ella es una técnica, el otro un fajador —en argot boxístico—.

Que se invoque en su mañanera a la ultraderecha internacional como factor relevante detrás de las marchas del pasado fin de semana suena rancio. ¿Podría señalarse a grupos radicales de su propio movimiento sin violentar la estructura nuclear de la 4T? Probablemente no. Al menos ella no, pero tiene gabinete para echar mano.

El debate sobre la supuesta merma de su popularidad resulta ocioso hoy. Pero si persiste el ser protagonista de cuanto debate envenenado le ponen enfrente, más temprano que tarde la demoscopía sobre su mandato será tema.

Bloques negros o morenos, la CNTE figurando a destiempo, pero en línea de amenazar el bienestar urbano de cara al Mundial 2026. A los radicales 4T les ilusiona más el discurso nacionalista, ése que a toda sana discrepancia le ve rostro de complot.

Al segundo piso no. Es más, hay vicios ocultos en la edificación del nuevo régimen que mientras más tiempo pase antes de solucionarlos, más caro será su enmienda. La vara de honestidad impuesta —gracias— por AMLO, no debe conocer excepción por ningún motivo.

La Presidenta no es AMLO. Es quien es por mérito, la circunstancia política que la llevó a Palacio Nacional es la que fue, comunión evidente y lealtad con convicciones propias. La narrativa de este sexenio debe ser propia, ajustada al contexto que le toca. El protagonismo en cada crisis es opcional, no inevitable.

Que ahora ya no es la gobernante nacional #2 a nivel mundial —se encuestan 20 naciones solamente— es cierto. En casa, sus niveles se mantienen por encima del 70 por ciento.

El asesinato de Carlos Manzo, la rebeldía criminal en Michoacán frente a la estrategia nacional, la suma de marchas orgánicas y transgénicas, las manos amigas que mecen a los encapuchados, entre otros desafíos, revelan en Palacio Nacional más reacción más que un plan propio y leal.

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