TEATRO DE SOMBRAS

El banco discrimina a los ancianos

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

He escrito sobre este asunto en otra ocasión, pero lo vuelvo a hacer ahora porque quisiera compartir con usted mi indignación.

Es probable que lo que yo le cuente sea algo que usted también haya padecido, ya sea en su persona o en la de un familiar. Se trata de la discriminación, del maltrato, de la insultante desconsideración del sistema bancario mexicano con sus clientes de edad muy avanzada. Hablo de manera general del sistema bancario mexicano, aunque la experiencia negativa que he padecido ha sido con un banco en lo particular: Banco Santander.

Mi madre tiene 88 años. Le tiembla el pulso, como le sucede a tantos ancianos. Antier hizo un cheque para retirar una cantidad y me pidió que fuera a cobrarlo. Lo presenté en la ventanilla. La cajera pasó el cheque varias veces por una máquina y me dijo que la firma de mi mamá no era igual a la que ellos tenían registrada. Respondí que no era exactamente igual porque es una anciana y le tiembla el pulso. La cajera me dijo que ella no tenía otra opción que cancelar el cheque y, además, cobrar una penalización de más de mil pesos. Me indigné. El banco castigaba a mi madre por ser una anciana a la que le tiembla el pulso. No sólo no le daba el dinero de su pensión, al que ella tiene todo el derecho, sino que, para colmo, le arrebataba injustamente mil pesos porque es una anciana, porque el pulso le tiembla y ya no puede firmar igual que antes.

Para intentar resolver el problema llevé a mi madre a la sucursal en donde ella registró su cuenta. La tuve que transportar hasta allá en silla de ruedas, porque está muy débil y no puede moverse por su cuenta. Llegamos con todas sus identificaciones oficiales, pero le exigieron que además se identificara con sus huellas dactilares. Como muchos otros ancianos, las huellas dactilares de mi madre se han borrado. Eso que se decía antes de que las huellas dactilares eran irrepetibles y que duraban toda la vida es una falsedad con mayúscula. Después de intentar infructuosamente por más de media hora, la ejecutiva bancaria tuvo que rendirse. No había nada que hacer. No bastaban las identificaciones oficiales presentadas, no bastaba que ella misma estuviera ahí, en persona, en su silla de ruedas, cansada, enferma. La ejecutiva me preguntó: “¿Por qué no hace el trámite desde las aplicaciones del teléfono celular o de la computadora?”. La pregunta me resultó ofensiva. “¡Porque es una anciana y no usa ni la computadora ni sabe manejar las aplicaciones del teléfono celular!”, contesté. “¿Qué se puede hacer entonces?”, pregunté indignado. “¿Puede mi madre registrarme como cotitular de su cuenta para que yo pueda ayudarla a manejar el dinero de su pensión?” La respuesta de la ejecutiva me dejó helado: “Si no tiene huellas dactilares, no podemos aprobar que registre a un cotitular en su cuenta, ya que podría tratarse de una impostora”. Pregunté a la ejecutiva: “¿Cree usted que mi madre, aquí presente, no es mi madre, sino una impostora?”. Ella me respondió: “Yo le creo, pero no puedo hacer nada, ni siquiera la gerente de la sucursal puede hacer algo, tenemos protocolos muy estrictos que nos impiden autorizar lo que usted me pide”. Tuvimos que irnos con las manos vacías.

¿Es culpa de mi madre que le tiemble el pulso? ¿Es su culpa que se le hayan borrado las huellas dactilares? ¿Es su culpa que no sepa utilizar los recursos de los teléfonos celulares o de las computadoras? Mi madre está siendo discriminada, es más, está siendo humillada por ser una anciana. Repito: está siendo humillada. El dinero que recibe de su pensión no lo puede mover a su voluntad. Es su dinero, de nadie más y, sin embargo, el banco no le brinda todas las condiciones para que haga uso de él.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Comisión Nacional Bancaria deben tomar cartas en el asunto. Escuchen bien: los ancianos son tratados como estorbos en el sistema bancario mexicano. Mi reclamo —y, estoy seguro, el de miles de mexicanos— es el siguiente: esto debe cambiar y debe cambiar ya; ahora mismo, mañana a más tardar.

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