La Iglesia católica vive, como millones de mexicanos, la tristeza de un país golpeado por la violencia, la crisis social y un deterioro educativo que preocupa profundamente al Episcopado mexicano.
Desde las comunidades más pequeñas, hasta las ciudades más pobladas, obispos, sacerdotes y religiosas comparten la inseguridad que viven muchos connacionales.
Muchos se enfrentan a retenes, amenazas, balaceras y asesinatos que ocurren, incluso, a las puertas de los templos.

Reconocimiento al Ejército
Platicamos para La Razón con monseñor Héctor Mario Pérez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México (APM), lo resume con claridad: “Vivimos la misma suerte que muchas regiones del país. Constantemente enfrentamos retenes, amenazas o agresiones. No por predicar, sino por ser parte del pueblo”.
En México, recuerda, hay cerca de 16 mil sacerdotes, acompañados por 120 obispos y entre 25 y 28 mil religiosas y religiosos. Todos recorren el territorio mexicano: la sierra de Nayarit, la Mixteca, la Tarahumara, las zonas rurales y las colonias más complejas de ciudades como León, Irapuato, Jalisco o Michoacán. Y, al hacerlo, viven lo mismo que las comunidades a las que sirven.
Monseñor Pérez describe escenas que estremecen: “Cerca de León mataron a siete jóvenes en el atrio de la iglesia después de celebrar a las madres”. En otra comunidad, recuerda, “ocho jóvenes sentados junto a la parroquia, del grupo parroquial, fueron asesinados”.
No es sólo el riesgo para los sacerdotes. Es para catequistas, grupos juveniles, agentes de pastoral y familias completas. Todos están en un país en el que, lamenta, “muchas comunidades viven un sentimiento de orfandad”.
La misión de la Iglesia, insiste, no es disfrazar la situación, sino acompañarla. “Nuestra labor es predicar una palabra de esperanza que no niega la realidad. La esperanza no es optimismo iluso; es caminar con la gente aún en medio del dolor”.
Ese caminar implica estar cerca de quienes enfrentan reclutamiento criminal, extorsión, miedo cotidiano y una violencia que no da tregua. Por eso, el intento reciente de promover una iniciativa para limitar o censurar los mensajes de ministros de culto encendió las alarmas del Episcopado.
Y es que Morena había presentado una iniciativa para silenciar a los sacerdotes en las iglesias, con el pretexto de garantizar un Estado laico y eliminar discursos de odio.

Lo que la ley proponía, era tipificar y sancionar la apología del delito. En realidad, lo que buscaba era que desde las iglesias no se exigiera justicia por las víctimas de la violencia y coartar la libertad de expresión en las misas.
Fue impulsada por Arturo Federico Ávila Anaya, diputado federal del partido Morena, que finalmente la retiró, pero muchos meses después de haberla presentado.
Para Monseñor Pérez, la iniciativa presentada hace unas semanas, en el Congreso de la Unión para restringir las expresiones de religiosos era abiertamente contraria a los derechos constitucionales y a la naturaleza del Estado laico.
“La Constitución nos da el derecho de expresión. Somos ciudadanos mexicanos. Esa iniciativa iba contra el Estado laico, porque ser laico no es censurar la religión, sino respetar todas las expresiones religiosas”, afirmó.
El obispo subraya que la Iglesia no hace proselitismo, ni mensajes partidistas: “Nuestro límite, establecido por la Constitución, es no expresarnos de manera partidista, pero no encontramos discurso de odio en lo que decimos. Hablamos de la realidad que vive el país”.
Y esa realidad es innegable; más de 30 mil homicidios al año, una cifra similar de desaparecidos, comunidades dominadas por el crimen.
“Parte el corazón ver lo que estamos viviendo en México”, dice.
Intentar silenciar una voz que acompaña a las víctimas y que describe lo que tantas comunidades sufren habría sido, considera, gravísimo. La iniciativa se retiró, pero el mensaje quedó: es posible que algunos quieran que la Iglesia deje de hablar sobre violencia, dolor, tejido social roto y jóvenes atrapados por el crimen.
Además de la violencia, la Iglesia está profundamente preocupada por lo que ocurre con las nuevas generaciones. Monseñor Pérez Villarreal explica que encuentran dos realidades contrastantes. Por un lado: “jóvenes muy distraídos en el mundo digital, desconectados de su interior y de sus aspiraciones profundas”.
Y es que la situación para muchos jóvenes en la actualidad en México es gravísima: “jóvenes que sueñan con traer un arma en la mano, porque ya es parte de la vida cotidiana en sus casas”, asegura Monseñor Pérez Villarreal.
Esa aspiración, convertida en una forma de supervivencia, de poder o de protección, es una señal gravísima del deterioro social. El obispo lo dice con tristeza: “No puede ser que un joven aspire a ser parte del crimen. Pero hoy está sucediendo en Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Sinaloa”.
Muchos jóvenes les han dicho a los sacerdotes: “Prefiero tener yo el arma a que otro atente contra mí. La violencia se vive como identidad y como destino”.
Otro tema que tiene en alerta a la Iglesia católica en México y es fundamental, es la educación. La preocupación por el rumbo que lleva la Nueva Escuela Mexicana es muy grande.
Monseñor Pérez asegura: “La Nueva Escuela Mexicana no está construyendo una visión integral del ser humano”.
Reconoce que el modelo anterior no era perfecto, pero considera que hoy, además de excluir a especialistas y maestros del diálogo, el contenido se ha cargado de ideología, polarización y conceptos que enfrentan a los niños.
“No se ha permitido dialogar, ni mostrar que hay otras opciones educativas. Hoy el sistema está metido en una visión ideologizada, de lucha de clases, de polarización”.
Al revisar los nuevos libros de texto, observa elementos que alarman a la Iglesia: “Están adoctrinando y separando. Un niño debería formar identidad, unión, valores, no la lógica de opresor u oprimido”.
Para él, si realmente se quiere atacar las causas de la violencia en los jóvenes, la educación debe ser el centro de la reconstrucción nacional. “Si vamos a las causas, ésta es una de ellas. Necesitamos una visión integral del hombre, no utilitarista ni ideologizada”.
Y lanza una advertencia: lo que ocurre con la educación no podrá medirse hoy. “La destrucción educativa no se verá en este sexenio. Se medirá en años. Y revertirlo será muy difícil”.
Monseñor Pérez aclara un punto clave: “Nosotros no somos anti-gobierno. Somos pro-sociedad mexicana”.
La Iglesia no se identifica con un partido, insiste “no hay partido católico. Eso está en nuestro ministerio”. Y sí se identifica con todo aquello que promueva familia, dignidad humana, libertad, educación y respeto.
“Aquí lo que debe estar en el centro no es un partido u otro, ni una iglesia u otra. Son los mexicanos”, dijo.
Ésa es la razón por la que el Episcopado dialoga con comunidades cristianas y otras expresiones de fe. “No se trata de pelearnos, sino de construir juntos un mejor México, que urge”.
El obispo nos dice: “Todos fuimos creados para ser hermanos. No para destruirnos”.
Y frente a la magnitud de la crisis de violencia, reclutamiento, jóvenes armados, familias rotas, educación polarizada, la Iglesia insiste en que no es momento de callar ni de dividirse, sino de trabajar unidos.
“Hay que luchar desde hoy. Algún día esto debe empezar a cambiar. Así como se permitió crecer al crimen, hoy tenemos que revertirlo. Nos tardaremos años, pero debemos empezar ya”, enfatizó.
“Dios camina con nosotros, aun en estos momentos difíciles. Y nosotros tenemos que caminar juntos, poniendo en el centro a México y a los mexicanos”, concluyó monseñor Pérez Villarreal.

