LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Las emociones oscuras

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Mariana Alessandri es profesora de filosofía en la Universidad de Texas, Valle del Río Grande y autora del libro Visión nocturna (un viaje filosófico a través de las emociones oscuras); publicado en enero de este año por la editorial Koan.

En él, Alessandri habla sobre las emociones consideradas oscuras como el enojo, la ansiedad, la depresión o el duelo y cómo una cultura obsesionada con la búsqueda de la felicidad intenta ocultarlas y suprimirlas. Es enorme la presión sobre los infelices, a quienes se ve como personas fallidas y en falta. Parece que la infelicidad tuviera que evitarse a cualquier costo.

La autora sostiene que está bien estar mal y no sentirse feliz, porque no es posible estar contento todo el tiempo. Honrar y aceptar las emociones oscuras que todos sentimos en algún momento, surge de mirar la realidad del mundo interno, plagado de luz y de sombra.

Si pensamos en metáforas que dominan la cultura, encontraremos que la luz se asocia a la verdad, a la salvación desde una perspectiva religiosa. La lección moral del mito de la caverna de Platón es que debemos salir de la cueva para estar en la luz y ver así la verdad de las cosas. La luz se asocia a la inteligencia también.

Por el contrario, la oscuridad nos remite a ignorancia, peligro, fealdad. Nadie quiere entrar en un lugar oscuro. Esta dicotomía entre luz y oscuridad niega el hecho de que los humanos somos criaturas de luz y oscuridad; la oscuridad es parte de lo que somos y no algo de lo que debemos deshacernos.

El mundo está plagado de mensajes que nos invitan a ser positivos, a escoger la felicidad, a hacer del día un gran día, porque ésa es nuestra decisión. Existe la creencia de que podemos controlar nuestras emociones, que viene de los estoicos, convencidos de que podemos lograr la supresión de las emociones negativas si nos esforzamos lo suficiente.

Es frecuente decir: “perdóname por haberme enojado”, como si el enojo en sí fuera un motivo de culpa o de vergüenza y no las acciones que se derivaron de él. Pedir perdón por haber gritado, insultado, golpeado, derivado del enojo, es distinto.

El enojo tiene mala fama. Se dice que no tiene sentido, que el que se enoja pierde, que es irracional, que nada bueno viene del enojo y que está en nuestro control dominarlo. Si te enojas, eres un monstruo, hay algo malo en ti, no eres agradecido, eres irracional y loco. Esta narrativa deriva siempre en culpa y vergüenza.

La industria de la autoayuda está plagada de positividad tóxica que afirma que tenemos el control de nuestra felicidad y que si no somos felices es nuestra culpa. A la gente le fascina que le digan lo que tiene que hacer, que no es una víctima y que, si hace todo lo que un manual le dice, va a mejorar y todo va a estar bien. Las narrativas de autoayuda son casi siempre egocéntricas y nos cuentan la historia de alguien que salió adelante solo, dejando de lado la suerte, la clase social, la familia y otras redes de apoyo, etc. Esta industria necesita que la gente se sienta mal por sentirse mal y también culpable de su sufrimiento, para vender libros y cursos que afirman que la felicidad está 100 por ciento en nuestro control.

Los estoicos están detrás de algunas de estas ideas. Séneca en su carta a una madre en duelo sugiere no sufrir más de lo honorable. La idea de que no se puede estar en duelo para siempre es bien aceptada. La gente que está triste más tiempo del que se considera normal recibe diagnósticos de duelo prolongado, de haberse melancolizado.

Nos es difícil dejar que las personas hagan el duelo que necesitan. Cuando les pedimos que ya no estén tristes, en vez de consolarlas, las hacemos sentir vergüenza y soledad. Tal vez este mundo se ha vuelto intolerante a las emociones oscuras.

Lo único seguro es que habrá días malos y que estaremos oscuros a veces o por temporadas. Tal vez deberíamos dejar de felicitar a la gente que enfrentó la pérdida o la desgracia con entereza, como si estuviera mal colapsar o romperse a veces. Aceptar las emociones oscuras no significa que no queramos trascenderlas en algún momento. Ocultar lo que sentimos sólo deriva en relaciones superficiales en las que no se puede hablar con verdad. Trascender una emoción se logra sintiéndola. Es mejor sentarse y acompañar a alguien a llorar. Tal vez es mejor guardar silencio en vez de decir que todo pasa por algo o que todo lo que pasa conviene. Aceptar el sufrimiento y no tratar de acallarlo sería mejor. No tenemos que alegrar al triste ni animarlo ni sugerirle qué hacer con su oscuridad. Tal vez basta con no dejarlo solo y acompañarle en silencio.

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