Tenemos una droga muy poderosa y además normalizada que hoy consumen millones de niñas, niños y adolescentes todos los días. Están al alcance de cualquiera y muchas veces los padres de familia ni siquiera saben el daño que el exceso de tiempo que se pasan ellos y ellas en las pantallas puede causar en el cerebro de sus hijos. Son las pantallas de celulares, tabletas y computadoras.
A los niños basta un poco de luz de la pantalla para que el cerebro infantil libere una descarga de dopamina que antes sólo provocaban las adicciones más severas. Lo devastador es que esta droga no sólo está permitida: está celebrada, aplaudida y, en muchos hogares, incluso premiada. Y mientras los adultos creemos que sólo “pasan el rato”, una generación entera está viendo su cerebro reconfigurado, su autoestima mermada y su salud mental en riesgo.
Hoy, la adicción digital no es un riesgo: es una epidemia silenciosa que está formando a la generación más ansiosa, más sola y vulnerable de nuestra historia.

Reconocimiento al Ejército
Muchas veces un bebé de apenas unos meses mira hipnotizado la pantalla del teléfono de sus padres. No sabe hablar, no sabe caminar, pero su mirada permanece fija en el brillo y el movimiento del dispositivo.
Lo que parece un comportamiento normal en la era digital es, en realidad, el inicio de un fenómeno que preocupa a especialistas en educación, psicología y neurociencia: estamos formando generaciones cuyo cerebro está siendo moldeado por las pantallas desde edades cada vez más tempranas.
Josefina Vázquez Mota, exsecretaria de Educación Pública, se ha dedicado a lo largo de los años a recorrer escuelas y auditorios en todo el país, escuchando a niñas, niños y adolescentes. Lo que ha encontrado es tan grave que la llevó a escribir el libro: Mamá, papá, me hiciste adicto. Ayúdame, te necesito.
Se basa en testimonios reales de niños que hoy viven con ansiedad, soledad, autolesiones y síntomas claros de adicción digital. La adicción a las redes sociales no es una metáfora: es un estado neurológico medible que está alterando la forma en que los niños sienten, se relacionan, aprenden y construyen su identidad.
El fenómeno, explica Vázquez Mota, empieza mucho antes de la adolescencia. Muchos padres, sin mala intención, entregan un teléfono o una tableta a sus hijos desde los tres o seis meses de vida. Lo hacen para calmarlos, distraerlos o simplemente ganar unos minutos de tranquilidad. Sin embargo, ese momento tan cotidiano es también el instante en el que el cerebro del bebé recibe su primera gran descarga de dopamina. Aunque el niño no entiende lo que es un teléfono, su cerebro sí reconoce el estímulo: luz, movimiento, sonido, novedad.
ENTRETENIDOS

La dopamina que recibe ese bebé es la misma que activa el cerebro de un adicto a las apuestas, a ciertas drogas, al alcohol o incluso al azúcar. Por eso un niño de un año ya exige un celular; por eso llora o se desespera si no se lo dan; por eso desarrolla síntomas que antes aparecían hasta la adolescencia: frustración intensa, ansiedad, irritabilidad. Su cerebro está siendo programado para la gratificación inmediata.
El cerebro infantil deja de construir conexiones neuronales esenciales. La infancia es la etapa en la que se forman millones de conexiones, y éstas se construyen a través del contacto humano: mirar a los ojos, jugar, tocar, escuchar, imitar expresiones, hablar.
Cuando esas interacciones son sustituidas por pantallas, una parte fundamental del desarrollo neurológico se pierde. Y lo que no se conecta durante los primeros años jamás se recupera. El cerebro llega a la adolescencia con déficits profundos: falta de empatía, dificultades para comunicarse, poca tolerancia a la frustración, incapacidad de concentración, impulsividad y problemas para regular emociones.
Los hijos crecen, no podemos satanizar las redes sociales porque es el mundo digital que nos tocó vivir; con un uso moderado pueden ser una gran herramienta; el problema es cuando son horas las que se pasan enfrente de las pantallas y éstas se convierten en el sentido de vida.
Con el uso excesivo de videojuegos y redes sociales, se puede llegar a tener consecuencias graves como irritabilidad, falta de concentración, impulsividad, bajo rendimiento escolar, cambios de humor, depresión y una ansiedad que antes no se veía en niños tan pequeños.
Y a esto se suma otro tema gravísimo, el ciberbullying. México ocupa hoy el primer lugar mundial en ciberacoso escolar. Antes, el bullying tenía un horario y un espacio: ocurría en la escuela, en el recreo, en la salida. Hoy ocurre las 24 horas del día, los siete días de la semana. Las agresiones se multiplican a través de perfiles anónimos, grupos escolares, chats, videos y comentarios. Para el niño o adolescente, no hay refugio: el ataque lo persigue a su casa, a su habitación, a su cama.
Las redes sociales no son un espacio neutral: están diseñadas para retener al usuario el máximo tiempo posible. Cada video, cada notificación, cada like dispara dopamina. Para un cerebro infantil, esto es casi irresistible. Además, los algoritmos muestran contenido cada vez más intenso y emocionalmente disruptivo: violencia, sexualización, retos peligrosos, discursos de odio. Lo que genera más interacción es lo que más daño causa. Y los padres rara vez saben lo que sus hijos están viendo.
El riesgo no termina ahí. El crimen organizado ha aprendido a usar las redes y los videojuegos como canales de reclutamiento.
Organizaciones civiles como Redim estiman que 45 mil menores son reclutados cada año, y el universo potencial es de 350 mil a 400 mil jóvenes vulnerables.
La estrategia digital de los cárteles incluye códigos y emojis que los padres no identifican: una rebanada de pizza para La Chapiza (Cártel de Sinaloa), un gallo para el Cártel Jalisco Nueva Generación, un ninja para invitar a actividades violentas, un demonio japonés como orden de ejecutar acciones. Lo que para un adulto es un emoji inocente, para un adolescente puede ser la puerta de entrada a algunas organizaciones criminales.
A todo esto, se suma la exposición masiva a la pornografía. Entre los 7 y 8 años, según datos de organismos especializados, los niños empiezan a recibir contenido pornográfico sin buscarlo. A los 12, prácticamente todos han estado expuestos. Y no se trata de la pornografía de épocas anteriores: es contenido violento, extremo, deshumanizante, nos explica Josefina Vázquez Mota.
La pregunta que hace Vázquez Mota es brutal: ¿En nuestra obsesión por darles todo lo que nosotros no tuvimos a nuestros hijos, hemos dejado de darles lo que sí tuvimos? Tiempo, atención, conversación, juegos, límites y acompañamiento.
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LOS CREADORES de la tecnología han puesto límites fuertes a sus propios hijos. Steve Jobs jamás permitió que sus hijos usaran iPads. Bill Gates prohibió los teléfonos antes de los 14 años y estableció reglas estrictas sobre pantallas. El fundador de TikTok, Zhang Yi-ming, tiene prohibido que sus hijos de 6 y 8 años usen su propia plataforma.
Mientras tanto, millones de familias mexicanas permiten que los niños duerman con el celular, coman frente a pantallas, pasen el día entero conectados y aprendan a vivir más en el mundo digital que en el real.
Y no es porque los padres no amen a sus hijos, sino porque no conocen la magnitud del daño. Las pantallas se han convertido en el “chupón digital”.

