ACORDES INTERNACIONALES

Trump, Maduro y el punto de no retorno

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

La región está viviendo un desplazamiento inquietante: actos que hace un año habrían parecido impensables hoy se ejecutan con naturalidad militar.

Los ataques navales de Estados Unidos contra embarcaciones cerca de la costa venezolana —incluido un segundo bombardeo para rematar sobrevivientes— no son incidentes aislados. Son parte de un patrón que, visto desde la lógica estratégica, merece ser leído con seriedad.

Los expertos en seguridad internacional saben que un conflicto no empieza con la primera explosión, sino con la acumulación de señales previas. Una de ellas es el lenguaje oficial: cuando un alto funcionario como Pete Hegseth afirma que “no hemos hecho más que empezar”, no describe una operación; prepara el clima político para ampliarla. Otra señal es la flexibilización de las reglas de uso de la fuerza, visibles en ataques que ya operan en el límite del derecho internacional humanitario.

A ello se suma el reposicionamiento militar. Cuando un país mueve barcos, drones, personal técnico y ejercicios navales hacia territorios cercanos, no está entrenando: está reduciendo los tiempos de respuesta para posibles operaciones futuras. El Caribe, hoy, se parece más a un tablero en reorganización que a una frontera tranquila.

Un indicador adicional es la reacción de terceros países. Rusia inició un plan aéreo para evacuar a sus ciudadanos en Venezuela, una decisión que no suele tomarse por turismo malogrado. Cuando un Estado replega a su población civil de un aliado, lo hace porque su lectura interna del riesgo se ha modificado.

A la vez, otras embajadas no han evacuado personal, pero sí han elevado el nivel de alerta. Estados Unidos emitió una advertencia de “no viajar”, citando detenciones arbitrarias, violencia y falta de apoyo consular. Y Venezuela denunció —sin verificación independiente— interferencias electromagnéticas de origen externo. No son pruebas concluyentes, pero sí señales de un ambiente inestable.

Frente a este escenario, conviene un termómetro simple:

  • 10%: Discurso hostil sin acciones.
  • 30%: Operaciones puntuales, ataques selectivos.
  • 50%: Reposicionamiento militar sostenido y lenguaje explícito de escalada.
  • 70%: Evacuaciones parciales, bloqueo del espacio aéreo, acusaciones de ataques inminentes.
  • 90%: Interferencia en comunicaciones, ruptura diplomática y despliegues masivos.
  • 100%: Inicio de hostilidades abiertas.

Hoy, el Caribe se mueve entre 80% y 90%: no estamos ante una guerra anunciada, pero sí ante un conflicto que dejó de ser improbable. En geopolítica, la paz no se rompe de golpe: primero se enfría. Y el termómetro ya subió lo suficiente como para dejar de ignorarlo.

Y hay un cálculo más, crudo y explícito: Trump sabe que cada gota de sangre que se derrame en un eventual enfrentamiento tendría un solo responsable político: Nicolás Maduro. No porque Washington quede absuelto, sino porque la narrativa internacional ya está configurada así: un régimen que se aferra al poder a costa de su población se convierte, automáticamente, en el eje moral del conflicto. Trump no necesita iniciar una guerra; sólo necesita que Maduro no ceda. En ese vacío —entre la presión y la resistencia— es donde se define el riesgo real para los civiles.

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