Desde hace 25 años recibo consultantes que llegan buscando alivio para su sufrimiento. No es que así lo digan en un primer momento. Tal vez en las primeras sesiones algunos no saben qué es lo que están haciendo en un consultorio de psicoterapia, pero tienen una percepción general de que algo que funcionaba en su vida dejó de funcionar o nunca ha funcionado del todo bien.
El pedido de ayuda se detona por un sinfín de razones: un sentimiento sostenido en el tiempo de ansiedad, nerviosismo, preocupación intensa, incapacidad para sentirse en paz o satisfechos con sus logros; estado de ánimo melancólico, dificultad para disfrutar de cosas que antes eran placenteras, desinterés por experiencias nuevas, falta de motivación respecto de la propia vida; las rupturas amorosas abren una grieta en la idea sobre el sí mismo. Las dudas sobre si se es digno de amor o alguien poco querible y abandonable aparecen en la narración; el nacimiento de los hijos evidencia las carencias afectivas y aparece el miedo a repetir estilos de crianza traumáticos. El miedo a la repetición moviliza a más de uno para buscar ayuda.
El síntoma es aquello que insiste, que persiste, que parece no irse a pesar de las mejores intenciones de erradicar ciertos rasgos de la personalidad como la intolerancia, la frialdad, la tendencia a la cólera o a ser adicto a las sustancias o a las personas o al trabajo.
Para Sigmund Freud, el síntoma es una formación de compromiso entre un deseo inconsciente reprimido y la defensa que intenta impedirlo. Es el regreso de lo reprimido, en lenguaje cifrado. Es una satisfacción disfrazada.
Para Donald Winnicott, el síntoma surge cuando el niño no contó con un ambiente suficientemente bueno. El síntoma es un intento de sobrevivencia psíquica ante fallas ambientales. Puede ser que el paciente se conforme con relaciones amorosas enfermizas, de mucha dependencia, porque no logró integrar un amor sano durante el desarrollo.
Para Jacques Lacan el síntoma es un significante que representa al sujeto frente a otro significante. Expresa un conflicto y es un modo de goce masoquista. Es un efecto del lenguaje sobre el cuerpo. No es algo a disolver, sino para interpretar. Como el consultante cuyo síntoma es sentirse insuficiente, porque creció escuchando palabras de descalificación. Decirle sistemáticamente a un niño que es torpe, tonto, que nunca hace nada bien, se convierte en una narración interna que aparece repetitivamente a lo largo de la vida.
Para Luis Hornstein, el síntoma es una manifestación del conflicto, pero también de carencias narcisistas. Expresa zonas donde se dañó la autoestima, la regulación afectiva o la identidad. Siempre es relacional, aparece en el vínculo, no sólo en el aparato psíquico.
Para Thomas Ogden, el síntoma es un intento de organizar experiencias emocionales que aún no pueden pensarse. Es una forma de vivir en el cuerpo algo que no puede ser representado. Tal vez el mejor ejemplo de esto es el ataque de pánico, que toma por asalto al cuerpo y cuyo detonante casi siempre es desconocido.
En cualquier caso, todos estos psicoanalistas se distancian del modelo médico cuya finalidad es la extinción del síntoma. Si bien la cura es el fin último de la terapia, el camino para lograrlo es distinto. Se trata de hacer hablar al síntoma y entender qué representa para el paciente. Qué de lo no dicho y de lo no elaborado se ha desplazado a un síntoma incomprensible.
¿Qué es el síntoma? VALE VILLA
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