A Trump no le está yendo bien en su segunda presidencia. De acuerdo con las encuestas, tiene los niveles de popularidad más bajos de este mandato. Sólo entre 35% y 40% aprueban su gestión, muy cerca del mínimo histórico que alcanzó después del intento de golpe de Estado en enero de 2021.
A pesar de que el boom de la inteligencia artificial y el crecimiento extraordinario de unas cuantas empresas del sector han amortiguado los efectos negativos que los aranceles y otras políticas han tenido sobre la economía, detrás de esta aparente imagen de crecimiento la realidad es otra. La inflación sigue subiendo, el mercado laboral y los salarios se han estancado, y los estadounidenses observan con decepción a un presidente que les prometió bajar los precios.
Su mejor oportunidad para aprobar leyes que impulsaran el crecimiento y redujeran los costos la perdió con la llamada “Big Beautiful Bill”, que en pocas palabras fue un regalo para los multimillonarios del país, reduciendo sus ya de por sí bajos impuestos a cambio de recortes en programas básicos de seguridad social, como la asistencia alimentaria y el sistema de salud. Por si fuera poco, el escándalo de los archivos de Epstein, que exponen su cercanía con el difunto pedófilo, ha dañado seriamente su imagen de “luchador contra la élite”, incluso dentro de su propia base.

Acuerdo para levantar bloqueos
En política exterior, el presidente ha tenido algunos logros, como la firma del cese al fuego entre Israel y Hamas y varios acuerdos comerciales alrededor del mundo. Pero estos avances importan poco a la mayoría de los ciudadanos, preocupados por el costo de vida y la situación económica.
Hay una correlación clara entre el declive de su popularidad y el nivel de agresividad de sus políticas contra los migrantes. En lo que va de su presidencia, Trump ha enviado a la Guardia Nacional a reprimir manifestaciones contra sus políticas migratorias en distintas ciudades; ha llevado a cabo una campaña agresiva de detenciones clandestinas, con agentes vestidos de civil que, sin identificarse, acosan y capturan a migrantes en sus lugares de trabajo, en la calle y en restaurantes, cometiendo repetidamente errores e incluso deportando en varias ocasiones a ciudadanos estadounidenses. Esta semana, el presidente detuvo la migración legal de más de 19 países y llamó “basura” a los inmigrantes de Somalia. Las imágenes desgarradoras las hemos visto todos.
El ataque a los migrantes le sirve a Trump de dos maneras. Primero, le permite desviar el enojo por el costo de vida hacia un chivo expiatorio. Segundo, como cualquier líder autoritario, sabe beneficiarse del caos. Militares en las calles, policías sin uniforme, redadas, manifestaciones y desorden –generados en buena parte por él mismo— le permiten argumentar que sólo él puede poner las cosas bajo control.
La verdadera prueba llegará el año próximo. En las elecciones de medio término veremos si los estadounidenses compran su campaña de odio contra los migrantes o si, por el contrario, son capaces de ver más allá de la retórica y reconocer el fracaso económico del presidente Trump, poniéndole un alto en el congreso.

