ANTROPOCENO

AMLO, anti-arqueólogo

Bernardo Bolaños. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Bernardo Bolaños. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

En la era de la posverdad, el nuevo libro de AMLO, Grandeza, aspira a refutar los estudios sobre prácticas de sacrificio humano en Mesoamérica. El resultado es un revisionismo que coloca al presidente más cerca de los antivacunas que de los intelectuales.

Sí, los conquistadores españoles exageraron para justificar su rapiña y para pintar a los mexicas como satánicos. Eso es un hecho. Pero reconocer las exageraciones de Cortés para negar la existencia de sacrificios humanos es como criticar a la industria farmacéutica para rechazar las vacunas.

Del cálculo delirante de Andrés de Tapia (136 mil cráneos en el tzompantli de Tenochtitlan), AMLO indica, con razón, que es una cifra imposible. Luego da un salto mortal. Insinúa que el tzompantli no tenía nada que ver con los sacrificios humanos, que todo es “fantasmagoría”, “invención” o “sesgo” de frailes y cronistas, y que los arqueólogos actuales apenas han encontrado unas decenas de cráneos.

El problema es que es falso. El arqueólogo Leonardo López Luján, uno de los mayores expertos vivos en el Templo Mayor, explica que en el recinto sagrado se han recuperado restos de más de 500 víctimas sacrificiales, y el equipo de Raúl Barrera ha documentado más de mil cráneos humanos en el Huei Tzompantli. Ni 80 mil de una sola ceremonia, como reporta una fuente colonial muy exagerada, ni 261 como dice AMLO.

El proyecto del Templo Mayor acumula cuatro décadas de excavación sistemática, estratigrafía, análisis forense, contextos rituales y fechamientos. No es propaganda colonial. Es ciencia que desentierra, registra, clasifica, reconstruye, coteja cada cráneo, cada mandíbula, cada incisión de desollamiento o decapitación.

Aceptar la evidencia científica no es describir a los mesoamericanos como salvajes irracionales. Es reconocer que, como todas las grandes civilizaciones antiguas, practicaron la violencia ritual. Pretender lo contrario es tan ridículo como un italiano negando que existieran los gladiadores.

La grandeza de los mexicas no necesita de un anti-arqueólogo. Construyeron una capital asombrosa, ciencia agroecológica, poesía sublime, un sistema hidráulico avanzado y arte monumental. También sacrificaban seres humanos con una lógica religiosa y política; nadie es perfecto.

El problema de Grandeza no es su amor por el pasado y el presente indígenas que muchos compartimos. Es su desprecio por la evidencia. AMLO se comporta como los influencers que propagan que la Tierra es plana porque “las fuentes oficiales siempre mienten”. Pero la ciencia (la arqueología, en este caso) no está para confirmar nuestros deseos, sino para acercarnos a la verdad.

El problema de Grandeza tampoco es su afán de mostrar los valores éticos propios de las civilizaciones amerindias. Existen y son actuales. La psicología cultural y la antropología contemporáneas prueban que a nuestra región no la caracteriza el individualismo occidental, ni la suicida separación entre naturaleza y sociedad, gracias a nuestra raíz indígena. México y Latinoamérica, potencias culturales, no necesitan maquillar su pasado para afirmar su grandeza.

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