La Liga Expansión es un auténtico relajo. Los de pantalón largo la defienden sólo para presumir que en México hay Primera y Segunda División, pero en el fondo no ha cambiado nada en los últimos años. Si bien es cierto que mantiene a muchas plazas relacionadas con el futbol profesional, también es un hecho que no sirve de mucho porque si algo es esencial con las ligas de ascenso en todo el mundo futbolero, es precisamente que tengan ascenso.
Los dramas que se vivían en el futbol mexicano hace muchos años cuando se jugaban la permanencia en Primera División entre tres o cuatro equipos desapareció. Se perdió algo fundamental en el futbol: la emoción, el drama, la tristeza y el dolor con estadios a tope jugándose la permanencia en una suerte vivir o morir.
En la Segunda División se jugaban la vida en medio de dramas que abrumaban de manera inolvidable sus aficionados. La Primera División cambia la vida de un equipo, jugadores y ciudades en medio de sueños y esperanzas. Eran partidos en donde la cancha, la tribuna y las ciudades se transformaban en una fuerza social que irrumpía en la cotidianidad de sociedades que tenían al futbol como identidad y referente.

Reconocimiento al Ejército
Las decisiones de los de pantalón largo terminaron con los tiempos en que equipos pequeños de ciudades pequeñas podían convertirse en referentes del futbol y en la plena identidad de sus comunidades; esos tiempos, más allá de la nostalgia generacional, se acabaron.
En buena medida las razones por las que desapareció el ascenso fueron para proteger a los de Primera División. Por más que algunos equipos de la Liga de Expansión ganen los torneos de cada seis meses, al final todo termina en fiesta privada, alegría efímera y saber que el futuro será en el mismo lugar y con la misma gente.
El Atlante ha venido haciendo un gran trabajo contra viento y marea. Ha llenado los innumerables requisitos para subir a Primera División. El Atlante es un histórico, es un referente del futbol a nivel nacional y es la representación de amplios sectores de la población. Tiene identidad y una historia controvertida y contradictoria llena de pasajes inolvidables que han construido la historia del futbol nuestro de cada día; es al final el “equipo del pueblo”.
El futbol lo determina y define el aficionado. El Atlante tiene una afición que le guarda pleitesía, cariño, pasión, militancia y un sistemático recuerdo el cual nunca olvida. El público del Atlante es bravo, no se deja, y tiene la virtud de que inventa el lenguaje y lo manifiesta a su antojo.
Su regreso a Primera División enriquece al futbol mexicano. Estamos hablando de un equipo capitalino de alcance nacional. Estamos hablando de un equipo con tintes gitanos que en muchas ocasiones “estando a nada de la derrota ganaban y estando a nada de la victoria perdían”. Su tribuna lo sabía, irle al Atlante era y es el drama en la victoria y la derrota.
El Atlante de los 50 y 60 fue un rival rudo y duro para todos. Sus intensos partidos en CU, donde jugaba como local, si por algo se caracterizaba, era por hacerle perder la cabeza a sus rivales. El Atlante jugaba con la pelota, jugaba con los límites del juego y jugaba sobre todo en defensa de su tribuna y su identidad; contra el Atlante podía pasar cualquier cosa.
El Atlante es pasado remoto y reciente. Ahora está de vuelta y le toca escribir su presente futuro. Emilio Escalante logró brincar como pudo la tramitología, la burocracia y la gran cantidad de intereses del futbol de pantalón largo. A Emilio lo motiva su amor por el Atlante de toda su vida. Su compromiso con el futbol parte del significado social y cultural que tiene y, sobre todo, porque al igual que todos los atlantistas se rige bajo la máxima de “les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre el Atlante es su padre y si no chinguen a su madre”.

