María Corina Machado no fue candidata presidencial. No pudo serlo. Ganó de manera aplastante las primarias de la oposición venezolana en 2023 y, justo por eso, el régimen de Nicolás Maduro la inhabilitó políticamente, la persiguió y la obligó a operar desde la clandestinidad.
Cuando llegó el momento de la elección, el nombre en la boleta fue el de Edmundo González. Pero la figura que organizó, sostuvo y dio sentido a la resistencia fue Machado.
Tras meses escondida, Machado salió de Venezuela en una operación rocambolesca y peligrosa: cambios de ruta, horas a la deriva en el Caribe, riesgo real de ser detenida. No salió para celebrar una victoria, sino para sobrevivir. Llegó tarde a Oslo, pero recibió el Premio Nobel de la Paz.

La realidad supera el discurso
Machado no apareció de la nada. Fue la última de una larga serie de intentos de la oposición por frenar al chavismo por la vía institucional. Durante más de dos décadas, la oposición apostó una y otra vez por elecciones, referéndums y salidas constitucionales. Henrique Capriles aceptó competir en condiciones cada vez más desiguales. Juan Guaidó intentó una transición desde un Congreso electo democráticamente en 2015. Ninguno logró desplazar al régimen. No porque faltaran votos, sino porque el poder fue cerrando, paso a paso, todas las salidas.
La captura del Estado venezolano fue gradual. Hugo Chávez llegó por las urnas y promovió una nueva Constitución aprobada en referéndum. Con el tiempo, el control se extendió al tribunal supremo, al árbitro electoral y a los órganos de fiscalización. Cuando perdió un referéndum en 2007, volvió a intentarlo con otra reforma. Cuando la oposición ganó la Asamblea Nacional en 2015, el gobierno le quitó sus facultades. Y cuando ese Congreso insistió en existir, Nicolás Maduro creó una Asamblea Constituyente paralela que lo sustituyó en los hechos. Desde entonces, la persecución dejó de ser excepcional y se volvió rutina: inhabilitaciones, presos políticos, partidos intervenidos, medios cerrados. La oposición electoral fue empujada fuera del tablero. Las elecciones siguieron existiendo, pero dejaron de ser un mecanismo real para cambiar al poder.
En ese contexto ocurrió la elección de 2024. Frente a un régimen que se negaba a publicar resultados, Corina coordinó una red ciudadana para recopilar y escanear actas de votación. En pocas horas, contaban con información de más del 80% de las casillas para demostrar que Maduro había perdido. Ni siquiera eso bastó. El poder se negó a reconocer la derrota. Hoy el régimen está más presionado, también por razones económicas. Durante años sobrevivió vendiendo ilegalmente petróleo y combustibles por rutas informales, terminando la mayoría en China y Cuba. Hoy los Estados Unidos, además de tener una flota militar sin precedentes en el Caribe, han comenzado a decomisar esos buques.
Nada de esto convierte a Machado ni a la oposición en vencedores inmediatos, ni implica celebrar el intervencionismo. Pero sí ayuda a entender el momento venezolano. La oposición electoral fue derrotada; la resistencia no. El reconocimiento internacional a Machado llega cuando el régimen ya no puede ocultar su derrota en las urnas ni sostenerse sólo con el control político. Lo que queda es un poder cada vez más hueco, que sobrevive a base de corrupción, represión y flujos económicos opacos que hoy empiezan a cerrarse. El Nobel no premia una transición lograda, sino una resistencia que sigue viva a pesar de todo.

