No supero mi obsesión por ellas. Entre el escándalo externo me fosforecen, las encuentro gustadoras, se me escapan, todo entreverado. Creo llevarlas dentro. Habitan la casa, se me imponen en poemas como el que sigue (reciente), descansan en una novela, una canción en mi cerebro.
EN LA COCINA, AMPLIA COMO UN MUNDO
Hoy es el tercer día. Espío por horas cada gesto

Cónclave para el regalo de Alito
del camino de hormigas,
el íntimo, el sin prisa, anónimo camino,
el que elegí para suplir carencias.
Antes del trajín diario, con un té de tila que se enfría,
recargo la cabeza en el vidrio y miro
el andar apacible en el alféizar.
Van hacia el jardín desde un tóper cerrado mal,
de panqué, en la repisa.
Cargan a hombros los restos del botín y
si el trozo es grande lo esfuerzan en cuadrilla.
A veces una se extravía. Sin hablar.
Admiro la eficaz anomalía, la colectiva sin autor central.
El ritmo acaderado de la fila me apacigua
Y me curva las angustias.
Mañana o el domingo vendrá el golpe
de que no está ya más la línea viva.
No encuentro los vestigios de la sombra
ni su menudo oficio
ni su vaho.
Dudaré si fue real la certeza de la síncopa
ese nomás invierno. Me va a faltar su nadería sutil.
Su lenta paciencia
limpia.
Sin querer dejaré por ahí
un plato con panecitos de higo.
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En El monte de las furias, de Fernanda Trías, la narradora apunta: “Mi madre decía que el rayo era el dedo de Dios y que podía aplastarnos como nosotros aplastábamos a las hormigas. Y era cierto que yo a veces pisaba hormigas porque sí nomás, incluso teniendo más espacio por donde caminar, y pensaba: total son muchas”.
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Hace 25 años, Ana Rosas era mi vecina y nos caíamos bien. Una tarde me ofreció echar ojo a sus casetes de música. Los regalaba. Tomé uno de Charly García, con una canción pegajosísima. Bancar significa aguantar, me dijo un novio argentino:
“Vamos al campo a descansar.
No tengo nada, nada, nada
Nada, nada que jalar.
De vacaciones me quiero ir
A ver las focas y el casino en la feliz.
No me banco las hormigas
Por favor pasame el Raid, ¡ay! [...]”.
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“Esa hormiga odiaba al león aquel. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta”, escribió Max Aub.
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Aunque su exceso podría sepultarme sacrificialmente, acomodo libros que me urge leer. Éste me lo dieron en la Feria del Zócalo. Se llama Hormigas entre gigantes. Las infancias y sus experiencias ante la desaparición y el asesinato extrajudicial de sus madres y padres. Dice Heber, cuyo padre fue desaparecido antes de que él cumpliera nueve: “Uno siendo pequeño se siente vulnerable y chiquito. Con la desaparición de nuestro padre nos sentimos más pequeños. Como hormigas entre gigantes”.

