ANTINOMIAS

Un Frankenstein jurídico

Antonio Fernández. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Antonio Fernández. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: La Razón

La figura del Frankenstein o el moderno Prometeo, libro donde Mary Shelley narra la historia de una criatura creada a partir de fragmentos inconexos de diferentes personas fallecidas, animada por la ambición de su creador para ser finalmente repudiada por él mismo cuando el resultado se vuelve incontrolable.

Esta metáfora resulta útil para analizar las recientes reformas jurídicas realizadas en México, que amenazan en convertirse en un verdadero Frankenstein jurídico, con una estructura creada para dar vida a un nuevo ente jurídico, habiendo destruido el anterior sistema, a pesar de que era disfuncional y estaba corrompido, podía haberse mejorado de otra forma.

El proceso de reformas judiciales inició con las transformaciones de las Procuradurías en Fiscalías, para hacer de ellas órganos autónomos del Poder Ejecutivo, con periodos transexenales; sin embargo, pocos gobiernos realmente nombraron fiscales autónomos, y sucedió que en algunos casos donde los fiscales permanecieron al cambio de gobierno (caso Uriel Carmona en Morelos y Alejandro Gertz Manero en la Fiscalía General de la República) se independizaron del Poder Ejecutivo y tomaron el poder para sus propias causas, afectando en ocasiones al propio gobierno en turno, por lo que se procedió a cambiarlos, reafirmando con ello que la reforma de las fiscalías no prosperó.

Por otra parte, la reforma judicial, mediante la elección de jueces, magistrados y ministros, fue un desorden total, fue poco claro cómo se hizo la selección de los que entrarían a las boletas, y peor aún, cómo se instrumentaron los famosos “acordeones” para que los electores supieran por quién votar, en donde muchos de los ganadores no tienen experiencia judicial y poco conocimiento técnico para poder desempeñar dichos cargos.

La reforma judicial ha sido presentada como una respuesta a problemas reales; corrupción, lentitud procesal, falta de acceso a la justicia y la desconfianza ciudadana. Sin embargo, al igual que Víctor Frankenstein, el legislador mexicano parece más preocupado por demostrar su poder creador que por asumir la responsabilidad ética de su obra, la cual debe de demostrar un verdadero cambio, de lo contrario será un contundente fracaso que afectará la credibilidad del presente gobierno.

La reforma judicial muestra claras contradicciones, un control político con apariencia democrática, popularidad electoral con funciones técnicas y voluntad popular con independencia judicial, lo cual no parece un cuerpo jurídico coherente, nos muestra sus remedos y costuras por todos lados, que lo hacen frágil y torpe.

Uno de los rasgos más inquietantes de este cuerpo jurídico es la alteración de la independencia judicial, pues bajo el argumento de democratizar la justicia se propone someter a los jueces a mecanismos propios de la política electoral y de control mayoritario. Así como la criatura de Shelley, que es animada por una fuerza que no comprende, el juez sometido por el control político deja de obedecer a las leyes, y comienza a obedecer a factores externos.

La figura de Frankenstein no nace monstruo, se vuelve monstruo por el abandono y rechazo de su creador. De igual forma, la reforma judicial mal diseñada puede generar mayor daño que bien, y sobre todo puede generar efectos no previstos que incluso pueden ir en contra de su propio creador, pues al convertirse en un instrumento, al igual que las fiscalías, de persecución política, debilitan el Estado de derecho.

El gobierno en turno está a tiempo de transformar la reforma judicial en un sistema coherente y funcional que atienda verdaderamente las causas de injusticia que tanto padece la población y que evite su politización, de lo contrario, tarde o temprano, al igual que lo hizo Frankenstein, su creación atentara contra su creador.

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