La Ley Seca también mata

La Ley Seca también mata
Por:
  • bibiana_belsasso

En la época de la Gran Depresión en Estados Unidos se aplicó la Ley Seca, que hoy es vista como un experimento fallido, porque lejos de erradicar el alcohol popularizó su consumo en forma ilegal.

100 años después, y ante la contingencia por la pandemia mundial del nuevo coronavirus, al menos 21 estados de la república mexicana decidieron establecer medidas de Ley Seca.

Entre los argumentos para establecer esta medida, se encuentran evitar aglomeraciones, fiestas, eventos que lleven a la violencia, así como para salvaguardar la seguridad e integridad de mujeres, adolescentes, niñas y niños durante el aislamiento social. Además, las bebidas alcohólicas no son consideradas esenciales durante el confinamiento de la emergencia sanitaria.

Pero las consecuencias las estamos viendo todos los días. Incluso el Presidente López Obrador reconoció en su conferencia del 3 de abril que existía un malestar social en los estados con Ley Seca, por lo que pidió a los gobernadores escuchar “el sentir del pueblo”.

Hasta el pasado martes, sumaban ya 159 las personas muertas en cinco estados por el consumo de alcohol adulterado.

La entidad con el mayor número de decesos era Puebla, con 70 casos en las últimas dos semanas; seguido por Jalisco, con 43; Morelos, 29; Yucatán, 15, y dos más en Veracruz.

Hay casos extraordinarios, como el del municipio de Moctezuma, en Sonora, uno de los llamados " de la esperanza", donde el ayuntamiento determinó suspender la venta de cerveza debido a que los establecimientos se llenaban de personas de otras localidades, lo que aumentaba el riesgo de que se reportaran casos de Covid-19.

De acuerdo con médicos, los bebedores de alcohol adulterado llegan al hospital con un estado de deterioro muy rápido, con presencia de náuseas, vómito, visión borrosa, ceguera y con crisis convulsivas, por lo que caen en un estado rápido de deterioro y una falla orgánica múltiple, la cual los lleva a la muerte.

Vamos 100 años atrás, con nuestro vecino del norte, Estados Unidos.

Era enero de 1920 y en la Unión Americana se decidió prohibir la producción, venta y transporte de todo “licor que embriaga”, como se describía a las bebidas con un contenido de alcohol superior al 0.5%, incluidas la cerveza y el vino.

Bebida peligrosa

La Ley Seca o Ley Volstead fue llamada así en honor a Andrew Volstead, el presidente del Comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre Asuntos Judiciales que supervisó su aprobación.

Los impulsores de esta medida, que incluyeron a la Unión de Mujeres Cristianas por la Sobriedad, la Liga Antibares y muchas congregaciones protestantes, argumentaban que el consumo excesivo de bebidas alcohólicas arruinaba la vida familiar, además de cuestionar el prominente papel de los bares en las comunidades de inmigrantes.

Y es que el arribo masivo de inmigrantes de clase obrera a ciudades como Nueva York o Chicago propició el florecimiento de una nueva cultura urbana, basada en la afición por el whisky y el bullicioso ambiente de los saloons.

Los sectores conservadores, que defendían los antiguos valores del orden y la moral estricta, veían en este ocio una amenaza a los principios típicamente americanos y protestaron hasta conseguir su abolición.

La Ley Seca convirtió a millones de personas en delincuentes y, sobre todo, brindó una nueva fuente de ingresos al crimen organizado.

Los contrabandistas crearon amplias redes de distribución en las que proliferaron los productores de alcohol destilado ilegalmente y de “gin de bañera”. El alcohol industrial se volvía a destilar y se convertía en ginebra y whisky sintéticos, muchos de ellos extremadamente venenosos, incluso mortales.

Era tal la demanda que las autoridades nunca pudieron frenar la producción y el consumo de alcohol clandestino, y cuando lograba avanzar, el bajo mundo compraba jueces, políticos y policías para seguir operando.

Especialistas señalan que sería muy fácil decir que la Ley Seca facilitó el surgimiento del crimen organizado en Estados Unidos; sin embargo, no hay duda de que éste alimentó una fuerte expansión de bandas delictivas, que debían trabajar con las de otras regiones para crear redes de distribución y venta.

A principios de los años veinte, Johnny Torrio erigió un imperio del contrabando de alcohol a través de pactos con otros gánsteres y sobornos a políticos, policías y jueces para que le dejaran “trabajar” en paz.

Alphonse Capone, su lugarteniente, heredó el negocio. La prensa y el Estado lo calificaron de “enemigo público número uno”, mientras él se embolsaba más de sesenta millones de dólares al año. En 1923 era ya el criminal más conocido y temido de Estados Unidos.

Los métodos sanguinarios de Al Capone sumieron a la ciudad en una ola de violencia sin precedentes.

La criminalidad asociada al tráfico ilegal de alcohol iba de la mano con la corrupción política. En Chicago, la connivencia con el mundo del crimen fue total y terminó provocando un alud imparable de guerras entre bandas.

La Gran Depresión de los años 30 aceleró la anulación de la Ley Seca, pues hacían falta nuevos empleos e impuestos. Fue así como los demócratas plantearon la abolición de la ley en su plataforma de 1932. Su candidato, Franklin D. Roosvelt, adoptó esa causa y logró una victoria abrumadora sobre el presidente en ejercicio, el republicano Herbert Hoover.

La Ley Seca, que en Estados Unidos pretendía que se dejara de consumir alcohol, no funcionó. Aquí en México, ante el aumento de la violencia en esta pandemia, la prohibición del alcohol tampoco ha logrado que se deje de consumir; la violencia intrafamiliar no ha cesado y ahora, además, hay decenas de muertos por ingerir alcohol adulterado.