¿Ganar o aprender?

DE VICTORIAS Y DERROTAS

Alfredo Castillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Alfredo Castillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Para Michelle por calificar al Mundial de Ajedrez con sólo 7 años.

En el 2021, Emma Raducanu se convirtió en la primera tenista en ganar un Grand Slam partiendo desde la ronda clasificatoria y sin perder un solo set. Lo hizo a los 18 años y a partir de ahí no ha vuelto a ganar un solo torneo en su carrera. En sus memorias, Boris Becker declaró que cuando hizo octavos de final en el US OPEN el mismo año que ganó Wimbledon a los 17 años, la prensa alemana lo crucificó. Becker diría después “En la actualidad si un adolescente de 17 años hace octavos en un Grand Slam es visto como un fenómeno, a mí la prensa de mi país me lo catalogó como un fracaso.”

Estos son dos simples ejemplos de los que deben existir cientos a nivel profesional y miles a nivel infantil y juvenil. La expectativa de cambio de vida a través de la obtención de logros deportivos cada vez permea más en las familias mexicanas. Hoy, no causa mayor sorpresa observar como muchos padres están sacando a sus hijos de la escuela para ponerlos a entrenar más horas durante la semana.

La lógica de estos padres es que “la escuela les está quitando horas de entrenamiento, y la falta de más horas de entrenamiento les está impidiendo obtener mejores resultados en los torneos.” En mis tiempos, se diría por ahí, los chicos que dejaban la escuela eran los primeros del ranking nacional y se inscribían en la preparatoria abierta. Estos jóvenes ya habían competido a nivel internacional y tenían una buena proyección. En el peor de los escenarios, se iban becados a una buena universidad en Estados Unidos.

Actualmente el escenario es diferente. Hoy hay niños que deberían ir todavía en la primaría y sus padres ya los sacaron del colegio para ponerlos a entrenar y competir de tiempo completo. ¿Cómo saber si esa decisión es la correcta?

Rafael Nadal no pudo jugar nunca el Junior de Roland Garros porque su madre consideró que primero tenía que terminar sus estudios. El papá de Ben Shelton (que podría apostar será el norteamericano número uno del tenis este año) no permitió que su hijo jugara a nivel profesional hasta que tuviera estudios universitarios.

¿Cómo pensar que alguien como Rafael Nadal, que ganó 14 veces Roland Garros, no lo pudo jugar en su versión junior (menores de 18 años) por tener que presentar sus exámenes finales? Y por el contrario, hoy hay cientos de niños que sin haber ganado absolutamente nada más que algún torneo local ya han abandonado sus estudios.

En muchas ocasiones estos niños nunca se han enfrentado a un oponente más allá de su región o localidad ¿Qué le pasará a este niño cuando vea que no tiene la más mínima posibilidad pero ya dejó la escuela? ¿Qué le pasara a este niño si se lesiona o a los dos años se da cuenta que su pasión por su deporte no era tan grande? ¿Cuánto aumenta la presión para un niño que ya dejó la escuela y ahora sabe que su futuro depende de sus resultados de cada día?

Jannik Sinner, ganador del Abierto de Australia y del Masters 1000 de Miami este fin de semana declaró cuando ganó su primer Grand Slam que le daba gracias a sus padres porque le permitieron escoger el deporte que él quiso. Inclusive el tenista italiano hasta los doce años fue mejor esquiador que tenista.

Ganar a edades tan tempranas no siempre, por no decir que casi nunca, ha sido reflejo de que ese niño hará lo propio en su vida de adulto. Sin embargo, es común escuchar a padres decir “el entrenador dice que mi hijo tiene potencial” “que no había visto a nadie pegarle así a la pelota en años” y un sinfín de frases más de este tipo. Entonces los padres se enganchan y empiezan a inscribir al niño a cuanto torneo aparezca en el calendario y a incrementar el número de clases por semana.

Como en todos los deportes, dependiendo de la calidad del torneo y de los rivales, el niño a veces podrá ganar y otras lo sacarán a la primera. Y ahí viene el tema, ni será tan bueno cuando gana, ni será tan malo cuando pierda. Es un proceso sumamente largo que implicará el sacrificio durante años de toda una familia. No habrá vacaciones, no habrá fines de semana, habrá que ahorrar para pagar inscripciones a torneos, traslados, hoteles, entrenadores, aditamentos, comidas, etcétera.

Iniciarán mil cuando tengan menos de diez años, y al llegar a los 18 quedarán menos de cinco con verdadero potencial. Y curiosamente, de esos cinco que van a quedar, casi nunca seguirá el que ganaba siempre de chico, porque esos niños cuando empezaron a perder generalmente no aprendieron a socializar con la derrota, no supieron gestionar la frustración de ser vencidos por el que siempre le ganabas de chico, o simplemente ante victorias fáciles a edades tempranas no tuvieron más hambre de ganar o de sacrificarse para ser mejores.

Por eso siempre he dicho que los padres deben enfocarse más en que sus hijos mejoren cada día, a diferencia de buscar siempre el marcador favorable al final del partido. La victoria y la derrota son impostoras como diría Rudyard Kipling, no hay que hacer tanto festejo en la victoria, ni tanto drama en la derrota. Quienes comprendan estos principios desde el inicio le llevarán una gran ventaja a sus rivales, porque aprenderán a amar el proceso y a disfrutar el momento, que es lo que realmente vale la pena en esta etapa de la vida.