Realismo y voluntad

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando ChaguacedaLa Razón de México
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Hace 101 años, en otro agitado mes de abril, el pensador marxista Antonio Gramsci invocó una idea devenida clásico del discurso político: pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad. Italia era entonces sacudida por grandes movilizaciones sociales, como respuesta a la devastación material, política y moral dejada por la Gran Guerra. Fascistas y comunistas asomaban como fuerzas decisivas del nuevo siglo.

En aquel contexto, el político italiano aludía a la necesidad de aunar realismo —en el análisis de la difícil correlación de fuerzas— y voluntad —anclada en la disciplina y organización— para transformar la situación en beneficio del triunfo revolucionario. Moriría sin ver realizado su proyecto, pero tampoco la derrota de su adversario.

La sentencia gramsciana recupera hoy su actualidad, en muchos sitios. En aquellos países donde la ciudadanía ve recortados sus derechos por la acción de los gobiernos, pero insiste en defender su dignidad resistiendo el avance despótico. Ante el rastro de la muerte pandémica, moderado por el lento éxito de las vacunas. Con la destrucción global de los ecosistemas, frente al que las potencias comienzan a acordar estrategias para detener la degradación ambiental.

Reflexión y acción son dos actitudes intrínsecamente humanas, necesarias en esta hora que vivimos. Ponderando límites y posibilidades. Para resistir los demonios del populismo y la polarización, que nos impiden encontrar acuerdos y objetivos colectivos mínimamente compartidos. Para superar la falsa disyuntiva entre justicia social y libertad política. Para entender que no hay un fin último en la Historia.

El historiador y activista social Howard Zinn escribió hace años unas lúcidas palabras, que sirven para iluminar lo que intento expresar aquí. Decía el profesor que el pesimismo se convierte en una profecía que se autocumple y mutila nuestra voluntad de actuar. Que nos olvidamos de la frecuencia con que en la última centuria sorprendieron los cambios extraordinarios del pensamiento y acción popular. Esos que hicieron posible el derrumbe de tiranías aparentemente invencibles.

Con la experiencia de una vida y obra consagradas al cambio progresista, Zinn sostenía que tener esperanzas en tiempos difíciles no es una estupidez romántica. Porque la historia humana combina, junto a actitudes y hechos nefastos, millones de eventos marcados por el sacrificio personal, el coraje civil y la solidaridad humana. Y aquello que elijamos enfatizar y hacer, dentro de esta historia carente de guion, determinará el sentido de nuestras vidas.

De ahí que, señaló el intelectual, no tenemos por qué esperar el advenimiento de utopías. El futuro, decía, es una sucesión infinita de presentes. Hay que anticipar hoy, en nuestros pequeños espacios y acciones, los modos cómo querríamos vivir en el futuro. Usar, al decir de Vaclav Havel, DISTOPÍA CRIOLLA.

Max Weber, acaso el autor más trascendente de las ciencias sociales modernas, ponderó el rol de la voluntad humana en el cambio social. Hay noches glaciales, decía el germano, de dureza y oscuridad impresionantes. Pero en la política se necesita pasión y perspectiva. Y la historia confirma que el hombre no habría alcanzado lo posible a menos que, una y otra vez, no hubiese intentado lo imposible.