El socialismo democrático y la crisis cubana

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando ChaguacedaLa Razón de México
Por:

A nivel conceptual, la tradición socialista democrática coloca como un valor central el tema de la libertad.

Las políticas igualitarias aparecen como fin último de un Estado para todos, no como instrumento de control de una élite. Una igualdad efectiva al servicio de la libertad real de las mayorías sociales, con respeto a las minorías.

Desde las disputas tempranas en el seno del movimiento obrero, los socialistas democráticos desarrollaron una línea de pensamiento donde las contradicciones intrínsecas del capitalismo motivan la organización autónoma de los trabajadores ante la explotación económica y la dominación política. No se apostó a un poder total sobre la economía, la cultura y la política. Sino a la expansión de la participación popular, en varias esferas de la vida.

La idea democrática de socialismo ha sido, por dos siglos, bandera de luchas por jornadas justas de trabajo, derecho popular al sufragio y protección a los desamparados. La reconstrucción de la socialdemocracia, tras la Segunda Guerra Mundial, puso la defensa de la democracia y la consecución del bienestar como elementos consustanciales —y no excluyentes— del proyecto socialista. El cisma planteado por el vanguardismo autoritario de Lenin marcó la línea que separa al comunismo del socialismo.

Consecuentes socialistas —como la checa Milada Horákova, reprimida por los nazis y asesinada por los estalinistas— lucharon a la vez por los derechos sociales y las libertades políticas. Los laboristas ingleses construyeron el Welfare State, tomando simultáneamente partido por Occidente en la Guerra Fría. Posiciones diversas —como las de Sheri Berman, Geoff Eley y David Priestland bajo perspectivas globales, con Ugo Pipitone, Fernando Pedrosa y Pierre Gaussens en Latinoamérica— explican esta pluralidad constitutiva de las izquierdas.

En Latinoamérica, los socialdemócratas, aliados a fuerzas nacionales populares, combatieron las dictaduras de derecha y buscaron construir políticas inclusivas. Pero la deriva comunista de la Revolución Cubana, con la radicalización juvenil y represión reaccionaria que le sucedieron, creó un problema irresuelto en las izquierdas regionales. Hasta la fecha, incluso las fuerzas moderadas —nominalmente identificadas con un socialismo democrático— siguen venerando al régimen de La Habana. Bajo el cual, simplemente, no podrían existir.

Ante las inéditas protestas populares en Cuba, las posturas del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla casi no se distinguen. Privilegian la condena al bloqueo por delante de cualquier defensa del derecho a manifestarse y del repudio a la violencia estatal. Evitan llamar por su nombre —represión, autoritarismo— a lo sucedido en la isla. En los ámbitos intelectuales latinoamericanos —y en sus pares reformistas consentidos de la isla— se maquilla semejante narrativa. Prima la hiperideologización, por sobre los derechos y acciones de la gente común.

La izquierda latinoamericana debería ver en los posicionamientos de Bernie Sanders o Alexandra Ocasio Cortez ejemplos de coherencia progresista. También en posturas como las del Partido Socialista y el Frente Amplio chilenos, junto a los numerosos activistas y académicos de izquierda que cuestionan el mantra castrista. Todos ponen, en primer lugar, la solidaridad con el derecho de los cubanos a manifestarse, expresarse e informarse. Y luego condenan las sanciones del gobierno de EUA a la isla. Algo perfectamente entendible desde las coordenadas ideológicas y políticas progresistas. La causalidad y responsabilidad tienen aquí un orden claro, que desnuda donde —y con quién— se ubica cada posicionamiento.

Se puede rechazar la influencia de factores exógenos y geopolíticos —como el embargo— sin invisibilizar el peso estructural y doméstico del orden vigente en las protestas populares. Éstas no repudian un sistema genérico, sino un aparato concreto que fusiona todo el poder político y económico en unas pocas manos y estructuras. Ni la CIA ni el FSB explican el agravio social en estos tiempos de pandemia. De ser así, tendríamos también que deslegitimar las protestas en Chile o Colombia como simples proyecciones de influencia de Moscú o La Habana; en vez de atender y acompañar los reclamos de sus poblaciones. Causa principal de lo que allí sucede.

Vivimos otro capítulo de la disputa sostenida, desde hace un siglo, al interior del socialismo. Entre regímenes políticos plurales, con economía mixta y Estado social de Derecho y tiranías de partido único, economía estatizada y Estado policial. El silencio vergonzante y las piruetas verbales ante lo sucedido en Cuba reviven los peores lastres, epistémicos y cívicos, de las izquierdas latinoamericanas. i El futuro emancipador del proyecto socialista pasa por la superación del neoliberalismo enseñoreado por décadas en la región. Pero también por el rechazo al despotismo estadocrático vigente en la isla.

l Ver Claudia Hilb, ¡Silencio, Cuba! La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución Cubana, Edhasa, Buenos Aires, 2010.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.