Bernardo Bolaños

Biden frente a los conspiracionistas mexicanos

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Es angustiante que muchos de los secretarios más preparados hayan dejado el Gobierno federal (Urzúa, Toledo, Herrera, Márquez Colín, etc.). En este barco vamos todos y, si la tripulación falla, nos hundimos con ella. La experiencia y el conocimiento suponen una cierta garantía de decisiones sensatas, basadas en evidencia.

Ello, sin negar algunas virtudes de otros políticos, carismáticos y con sentido común; la comunicación efectiva con la sociedad y la popularidad también son importantes en una democracia. El problema es que entre tecnócratas y políticos carismáticos existe una tercera y peligrosa categoría. Se trata de los conspiracionistas.

En la medida en que la polarización crece, las narrativas alarmistas aumentan en ambos bandos. Unos aseguran que el país seguirá la trayectoria de Venezuela y Nicaragua, mientras que otros ven planes de desestabilización en reportajes periodísticos e injerencia extranjera en las críticas a la Reforma Eléctrica. Si estos discursos alarmistas existen es también porque funcionan electoralmente. Pero la propaganda política se convierte en teorías de la conspiración que la gente cree realmente.

Estados Unidos es un ejemplo nítido. Trump buscó ganar un segundo mandato desprestigiando a los demócratas a cualquier costo. Los memes de Hillary Clinton con ojos diabólicos y depravados dejaron de ser caricaturas para convertirse en la imagen que millones tienen de ella. Muchos se tragaron los más locos mitos de satanismo y pederastia, atribuidos a políticos liberales (que efectivamente tienen cola que les pisen, pero no colmillos de Drácula). Las campañas sucias sirven para ganar elecciones, pero destruyen la arena pública de deliberación racional. Parafraseando a Paul Feyerabend, los argumentos dejan de funcionar ahí donde ha triunfado el lavado de cerebro.

En México, uno de los peligros de la polarización es que la clase política prefiera abrir vías de colaboración con sectores conspiracionistas antes que con otros políticos profesionales rivales. Un ejemplo es la experiencia surrealista de escuchar spots de la Secretaría de Salud en favor de la vacunación en el programa de un locutor antivacunas. El contrato pareciera ser: “Defiende a nuestro gobierno de los ataques de la oposición y nosotros ignoraremos el riesgo de tus descabelladas ideas”. El resultado acaba siendo malo para todos. Ya conozco a simpatizantes de la 4T que, al mismo tiempo, creen que el Gobierno los engaña con el tema de las vacunas. Muy loquitos.

Hablando en plata: es preferible que las autoridades se equivoquen al emplear ciencia, como con el tema de la ivermectina, a que hagan una alianza duradera y abierta con partidarios de la seudociencia, escépticos de las vacunas y del cambio climático, creyentes en una delirante conspiración masónico-billgateana. Lo sabe el gobierno de Biden y, por eso, ha tratado de no polarizar la agenda bilateral en los temas de la Reforma Eléctrica y el cambio climático. El reto es lograr que el nacionalismo mexicano se exprese con datos objetivos y propuestas sensatas, no en forma de delirios persecutorios.