Bernardo Bolaños

Dos Méxicos en las urnas

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
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Cierto, hay un México racista que se niega a morir y que todavía cita refranes como “la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”, o “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, y que se burla abiertamente de un intelectual y conductor de televisión como Gibrán Ramírez por sus rasgos supuestamente “olmecas”.

Lo opuesto es un México más tolerante, que ha desechado para siempre esos proverbios y que, al menos, ya reconoce la discriminación estructural que existe en el mercado laboral: el hecho de que el tono de piel café oscuro supone, en promedio, ganar la mitad de lo que perciben personas más blancas.

Pero si hablamos de dos Méxicos, la separación también podría hacerse a partir del tema de las mujeres. Y el corte no favorecería a los mismos. Hay un México que romantiza los besos robados y que todavía canta: “vuélvete asesino de mujeres, mátalas con una sobredosis de ternura, asfíxialas con besos y dulzuras”. Este México prefiere candidatos hombres, machos, pendencieros y no tan pálidos, como Ricardo Anaya.

Durante las campañas electorales veremos intentos esquemáticos de asociar un determinado México con algún partido. ¿El PAN es un partido de blancos y en él hay más candidatos discriminadores? Habría que recordar que fue el presidente Vicente Fox quien creó la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). Pero el partido Morena dice defender al México moreno y le ha funcionado. Es el partido que reivindica, supuestamente, la justicia racial. Para lograrlo, racializa constantemente su discurso, es decir, ataca a sus adversarios llamándolos whitemexicans, los acusa de nunca tomar el sol para ir a un mitin. Así tratan de hacer pasar el modo clientelista de gobernar como si fuera una lucha por los derechos civiles. A los ciudadanos que piden más debates los califican de fifís. Parlamentos abiertos y argumentos técnicos serían refinamientos fifís. Los morenistas se guían por el número de asistentes que cada político puede llevar a un mitin de protesta afuera de una institución o a un cierre de campaña, aunque la plaza se haya llenado con personas colocadas bajo el sol como ganado, con total desprecio a su dignidad. El propio Presidente de la República se sorprende y llama “solovinos” a la minoría que acude por su cuenta. También hay racismo en ese México que compra la voluntad con dádivas moduladas según el calendario electoral, que quiere modificar los libros de texto gratuitos para lavar cerebros o que insulta la inteligencia de las comunidades indígenas, imponiéndoles un tren que “les conviene”.

En las próximas elecciones, vale la pena ir más allá de las imágenes de marca, de los logotipos de cada partido. Habrá candidatos más o menos limpios, con mayor o menor trayectoria, más blancos o más morenos. Veremos muchos Méxicos en las boletas, pero los dos que estarán en juego son: el de los balances y contrapesos constitucionales, por un lado, y el del carro completo, por el otro.