Bernardo Bolaños

Los verdaderos ucronazis y rusonazis

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El escritor premio Nobel de literatura Aleksandr Solzhenitsyn era apapachado por Putin. A tal grado que la antigua calle Del comunismo, en Moscú, fue rebautizada en 2008 calle Solzhenitsyn. Pero, de buenas a primeras, el libro más famoso del Nobel, Archipiélago Gulag, dejó de convenir al régimen. Curiosamente, no fue porque Putin quisiera rescatar la figura de Stalin y sus campos de trabajo forzado. Fue que la guerra patriótica contra la Alemania nazi se convirtió en nuevo mito fundador del Estado ruso y Solzhenitsyn había revelado cosas incómodas sobre ese periodo.

Mientras que Putin insiste en que el alma rusa venció al mal absoluto, Solzhenitsyn recuerda en su libro al general Andréi Vlásov, quien se pasó con sus seguidores del Ejército Rojo al lado alemán. El Nobel trata de comprender por qué ocurrió esa traición y concluye que allí donde la colectivización de la tierra a manos de los comunistas había producido hambre, muchos se habían desquitado aliándose con el enemigo nazi. El mito de la guerra patriótica queda relativizado. Hasta aquí he retomado la interpretación de Luba Jurgenson.

Desde luego, el terror estalinista no justifica la existencia de ucronazis. Podemos preguntarnos qué culpa tenían las minorías perseguidas por el nazismo, de que los soviéticos hubieran causado hambrunas y la muerte de unos cuatro millones de campesinos ucranianos en 1933. Lo que ocurrió es que, en una de las mentiras más nocivas de la historia, Hitler había logrado que mucha gente común identificara a bolcheviques y judíos (Trotsky, recordemos, era de origen judío). Y los segundos pagaron un alto precio. Así lo explica el historiador Timothy Snyder: muchos de los desencantados que ayudaron a los alemanes a perpetrar el genocidio judío habían portado el uniforme soviético antes.

En resumen, Putin necesita convencer a su país de que el “regimiento inmortal” de los rusos logró vencer antes al nazismo y de que hoy puede derrotar a las “depravadas” democracias liberales, donde campea el feminismo y los derechos LGBT. Pero Solzhenitsyn, Jurgenson y Snyder muestran que la historia siempre es más complicada.

Lo mismo vale para quienes nos solidarizamos hoy con el pueblo ucraniano. ¿Existen neonazis en ese país invadido? Es complicado. El famoso Batallón Azov existe, tiene entre 3 y 5 mil integrantes. Dada la guerra de intervención rusa, muchos ucranianos los ven como héroes. Pero reconocer eso no es tragarse la propaganda de que los rusos estén llevando a cabo una “operación de desnazificación”. ¡Valiente empresa que se sirve de crímenes de guerra, que están siendo probados con testimonios directos e imágenes de satélite!

La propaganda pro rusa también mezcla otros argumentos, como el racismo en Ucrania contra los romaníes o gitanos. En Europa del Este son discriminados los gitanos, en Rusia los tártaros, en México nuestros propios pueblos originarios. El llamado racismo ordinario debe ser castigado en cualquier parte del mundo. Pero no sólo los neonazis discriminan, ni sólo en Ucrania.