Escritores enfermos/2

LAS CLAVES

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Tuve la dispensa de conocer personalmente a José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976). Reinaldo Arenas me llevó a la casa de la calle Trocadero del barrio de Centro Habana donde vivía el autor de Aventuras sigilosas. Lo recuerdo sentado en la mecedora asediado por una respiración entrecortada. “Anoche me visitó el sofoco del asma y estuve cercado por el insomnio”, le dijo a Reinaldo y me invitó a sentarme junto a él. Yo llevaba un ejemplar de Paradiso, le pedí que me lo firmara, escribió: “Para Carlos, nuevo amigo que me conoce tras la secuela de una noctívaga cruzada en que mis bronquios fueron vencidos. José Lezama Lima”.

“Yo también soy como un peje: a falta de bronquios, respiro con mis branquias. Me consuela pensar en la infinita cofradía de grandes asmáticos que me ha precedido. Séneca fue el primero. Proust, que es de los últimos, moría tres veces cada noche para entregarse en las mañanas al disfrute de la vida. Aquí estoy, en mi sillón, condenado a la quietud, ya peregrino inmóvil para siempre. Mi único carruaje es la imaginación, pero no a secas: la mía tiene ojos de lince. Las enfermedades hay que llevarlas con la suprema elegancia de un cisne”, proclamaba el autor de Enemigo rumor

Al novelista Reinaldo les transpiraban las manos a borbotones: la hiperhidrosis lo acompañó desde la infancia. Malestar causado por cruces nerviosos anómalos que hacen que las glándulas sudoríparas ecrinas produzcan sudor en exceso en afectación de las palmas de las manos, las plantas de los pies, las axilas y, en algunos casos, el semblante. Recuerdo que siempre llevaba un pañuelo de algodón para secarse constantemente las manos y la cara. 

Encontré en una librería de viejo en Donceles: El temblor de Shakespeare y la tos de Orwell: La vida médica de escritores famosos, de John J. Ross, donde se corrobora que el autor de Hamlet era promiscuo sexualmente y se contagió de sífilis. Ross revela que el tratamiento con mercurio, procedimiento muy tóxico, llevó al dramaturgo a padecer hipersalivación (cantidad enorme de esputo en la boca), piorrea y convulsión.  

Muchas figuras de las letras han sufrido enfermedades oftálmicas: el poeta Milton perdió la visión a causa de glaucoma. Jorge Luis Borges padecía de miopía degenerativa. James Joyce comienza a tener dificultades en la vista en 1907, se especula que en los lances del autor de Retrato del artista adolescente por los prostíbulos de Dublín contrajo una rara infección que tuvo secuelas en su salud ocular. Herman Melville sufría de un raro dolor en el ojo izquierdo: los médicos concluyeron que era motivado por las sacudidas nerviosas y el alcoholismo. El autor de Moby Dick sobrellevaba el reumatismo y la conducta bipolar. Adicto a opio que consumía de manera excesiva, sus malestares clínicos empeoraron.  

Existe una extensa nómina de escritores que han muerto por cáncer; en mayo del 2023 recibimos la noticia de que el autor de La invención de la soledad, Paul Auster, estaba aquejado de El emperador de todos los males’, como lo define el oncólogo Siddhartha Mukherjee. Nos han dejado recientemente por ese tormento: Rafael Chirbes, Carlos Ruiz Zafón, Tomás Eloy Martínez, Michael Crichton, Gabriel García Márquez, Álvaro Uribe.

Paradiso
ParadisoFoto: Especial

Paradiso

  • Autor: José Lezama Lima
  • Género: Novela
  • Editorial: ERA